En los casi 40 años de antigüedad del complejo hidroeléctrico de Cortes-La Muela, puesto en marcha en el año 1988, nunca tuvo tanta preponderancia sobre el sistema eléctrico como el pasado 28 de abril, día en el que toda la península ibérica se quedó sin luz por culpa de un apagón generalizado. Esta instalación, construida en el cauce del río Júcar a su paso por el término municipal de Cortes de Pallás, en Valencia, fue una de las grandes responsables de reflotar la red eléctrica en los momentos más críticos, así como de levantar el sistema en la isla energética de Levante, muy alejada tanto del suministro que llegó por el noreste a través de Francia como del que vino por el sur a través de Marruecos.
Este complejo, al igual que otras centrales 'black start', tiene la capacidad de arrancar y funcionar de forma autónoma, sin necesidad de contar con energía de otros sistemas; por ello fueron tan importantes a la hora de reiniciar un cero energético como el que sufrió la mayor parte de España y Portugal hace ahora casi un mes. Para conocer en profundidad cómo opera normalmente esta central y por qué fue tan relevante durante aquel histórico día, elEconomista.es visitó de la mano de Iberdrola esta colosal instalación, enmarcada en un paraje de cañones y aguas azules, para conocer de primera mano cómo funciona y por qué puede desempeñar un papel tan relevante en situaciones críticas.
La historia del embalse se remonta a hace más de un siglo, cuando en 1917 se iniciaron las obras del antiguo Salto de Rambla Seca. Esta central, en cuya obra participaron más de 3.500 personas, operó desde 1920 hasta 1980. En 1983 comenzó la construcción de la primera fase del complejo que conocemos actualmente, aunque con vistas a una futura ampliación. Aquella primera fase, puesta en marcha en 1988, contaba con una potencia de turbinación de 924 megavatios (MW) —de los cuales, 290 procedían de la presa de Cortes y 634 de La Muela I—, así como con otros 594 MW de bombeo.
Más tarde, en 2015, se amplió el complejo con la fase dos, en la que gracias a los trabajos de 2.900 empleados se añadieron 880 MW en turbinación y 744 MW en bombeo a La Muela II. En total, el complejo suma una potencia acumulada de 1.804 MW en turbinación y 1.293 MW en bombeo, aupando esta segunda cifra al complejo como la mayor central de bombeo de todo el continente. En total, toda esta infraestructura supuso, con cifras actualizadas, una inversión total de 1.200 millones de euros.
Llegados a este punto, conviene aclarar las diferencias entre la turbinación y el bombeo.
El mayor bombeo de Europa
Turbinación hace referencia al proceso en el que la energía cinética que se genera con la caída del agua provoca el giro de las turbinas, las cuales, mediante energía mecánica, accionan el transformador, lo cual finaliza en la generación de energía eléctrica. En definitiva, así funcionan la gran mayoría de centrales hidroeléctricas.
La gran peculiaridad de este complejo, en cambio, reside en su capacidad de bombeo. Las inmensas turbinas de La Muela, escondidas a unos 80 metros bajo el suelo del cañón y distribuidas en dos gigantescas centrales subterráneas —una infraestructura digna de la ingeniería enana—, son capaces de bombear agua hacia un depósito superior, alojado a 500 metros de altura, para almacenar agua. Este proceso se realiza, según las explicaciones de los técnicos a cargo de la planta, cuando en el sistema eléctrico hay un excedente de energía renovable. Al hacerlo, rellenan y almacenan agua en un inmenso depósito de más de un millón de metros cuadrados —superficie suficiente para alojar 100 campos de fútbol— y 30 metros de profundidad. El fin de este almacenamiento de agua es poder volver a verter el agua hacia el embalse para que pase por las turbinas y genere electricidad cuando el sistema lo demande.
Aunque no es visible desde el exterior, la magia —el proceso en el que el agua consigue generar electricidad— tiene lugar en la enorme cavidad anteriormente mencionada, enterrada bajo los pies de las dos tuberías del depósito superior. Se trata de un espacio subterráneo al que los propios empleados se refieren como La caverna, de 150 metros de largo, 50 metros de alto y 20 metros de ancho. Allí se alojan 7 de las 9 turbinas que posee la totalidad del complejo, las cuales son capaces de girar hasta a 600 revoluciones por minuto (rpm). Dadas sus dimensiones, los responsables del complejo aseguran que, dentro de la instalación se podría alojar la mismísima Catedral de Valencia. Otra referencia que habla de la magnitud de la obra es que, para acometerla, se tuvieron que extraer más de 900.000 metros cúbicos (m3) de material de la roca que tuvieron que ser cargados por más de 15.000 camiones.
Todo 'esto' ocurre en un recóndito paraje del río Júcar, entre los vertiginosos cañones que sus aguas azules han cavado durante miles de años, y lejos de las grandes urbes. Y pese a ser una instalación prácticamente desconocida por muchos, lo cierto es que su papel fue fundamental para recuperar el sistema, tal y como han señalado muchos, en tiempo récord.