
"Hay muchísimo miedo". Así respondió una fuente sindical -que prefiere mantener el anonimato- cuando elEconomista.es le preguntó sobre la situación de los trabajadores de muchos festivales de música. A pesar de las denuncias que se vienen realizando desde que se convirtieron en uno de los platos fuertes laborales y económicos del verano, la precariedad sigue siendo la nota predominante en estos eventos, y la ley del silencio pesa sobre el personal en muchas ocasiones. Así lo afirman los que viven del sector, quienes además agregan que las malas condiciones no sólo afectan a los camareros o iluminadores, sino también a las bandas que buscan abrirse hueco e incluso a los asistentes.
El turismo 'de eventos', del que los festivales son el plato fuerte, atrae a nada menos que el 18% de los visitantes que se deciden por España para pasar sus días de asueto. En un país cuyo tejido productivo depende en gran medida del turismo, esa tasa da una idea muy clara de la importancia que han acaparado estos espectáculos en la temporada estival.
Según datos del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, el número aproximado de festivales que se celebraron en 2016 en España fue de 869. Sin embargo, la Asociación de Promotores Musicales pone en tela de juicio esta cifra: "A estas alturas es imposible determinar el número total de festivales que hay en España. Si alguien da esa cifra, pónganla en duda", dice la organización en su anuario.
Lo que sí está claro es que su masividad se acentúa cada año (Viña Rock, en Villarrobledo, reúne a 200.000 personas y Arenal Sound, en Burriana, a 300.000) y que su pujanza ha puesto en el mapa a pequeñas localidades y pedanías que organizan su actividad económica en torno a las fechas en que se celebran. Incluso llegan a hacer mucho más rentable el alquiler vacacional en los enclaves donde tienen lugar. En resumen, los festivales crean empleo, atraen inversión y producen riqueza. Pero ¿cómo?
"Ganas de desligarse de la música"
En su segunda edición, el festival Mad Cool volvió a estar en el ojo del huracán por imprevistos como el caos que se produjo a la entrada durante su primera jornada o la negativa de Massive Attack a actuar por los problemas de sonido. El año pasado también se vio envuelto en la polémica debido a la muerte del acróbata Pedro Aunión, que se precipitó desde 30 metros de altura cuando realizaba un número. Aunión estaba inscrito en el régimen especial de artistas.
Pepo Márquez, cantante del grupo The Secret Society, lamenta que las empresas promotoras sólo se preocupen por mantener el margen de beneficios. Por eso, comenta, Aunión trabajaba como autónomo en el momento de su accidente mortal, y por eso la gente que trabaja en el evento sólo cuenta con barracones y campings para dormir tras interminables jornadas laborales. Unas condiciones de precariedad que, en su opinión, se dan en un contexto de descontrol y opacidad: "Que la Asociación de Promotores Musicales no sepa cuántos festivales hay te dice a qué nivel nos movemos".
Márquez, que también es portavoz de la Unión de Músicos de la CNT, conoce bien la precariedad reinante en los grandes eventos musicales. La indignación en el tono de su voz es patente y crece a medida que avanza la entrevista y los datos van cayendo: "En el Download, para optar a ser voluntario tienes que depositar una fianza de 175 euros". Se refiere a los chicos que trabajan recogiendo basura a cambio de una entrada al recinto para poder ver a sus bandas favoritas. "Dan ganas de desvincularse de la música".
"Mad Cool y Live Nation se están empleando a fondo para que nadie abra la boca. Nadie quiere entrar en las listas negras y Live Nation se está quedando con el sector", denuncia la fuente con la que abría este reportaje. Despejamos las incógnitas: Live Nation es la promotora de conciertos que organiza el Mad Cool y otros festivales, como el Download. Y las listas negras son el método de represión que utilizan algunas subcontratas de ciertas promotoras para meter en cintura a empleados díscolos.
Entrar en una de estas listas puede suponer ser despedido o no ser llamado para trabajar en la edición del año siguiente. Naturalmente, hablar con los medios sobre las condiciones de trabajo en términos negativos es un comportamiento que acarrea la inclusión en el directorio de 'señalados'. De ahí la discreción que ruegan todos aquellos que se atreven a hablar.
Menos que una entrada de cine
¿Qué se puede hacer con seis euros? Como mucho, tomar un menú pequeño en un burger o comprar una entrada de cine el día del espectador. Eso es lo que cobra por hora Patxi (nombre ficticio) a cambio de partirse la espalda montando escenarios. "Trabajo todo el día bajo el sol y corriendo riesgos: manejas material eléctrico y te puedes electrocutar, se te puede caer encima un 'ampli', te puedes despeñar desde una gran altura..." No exagera el peligro: la de Pedro Aunión no fue la única muerte que hubo que lamentar el año pasado en este contexto. Un trabajador anónimo falleció durante el montaje de las gradas para los conciertos de Viveros, en Valencia.
Patxi, que prefiere ocultar su identidad real por los motivos antes expuestos -"Esto es mi pan", dice- denuncia que su contrato no le aporta ninguna seguridad: "Te contratan y despiden continuamente, no hay contratación por meses o fija" -explica- "Según necesitan gente, te quedas más tiempo o te largan".
Normalmente, no son las empresas organizadoras las que lidian con la tarea de reclutar al personal que acondiciona los espacios donde van a tocar los músicos, sirve cervezas o limpia los desperdicios que deja la multitud. Son empresas subcontratadas cuya principal preocupación es maximizar las ganancias. "Preparan el presupuesto más barato y economizan con los trabajadores; así te encuentras con técnicos que hacen jornadas de 25 horas", denuncia José Sánchez Sanz, portavoz de la Unión de Músicos de la CNT, subrayando los riesgos que conlleva la carga excesiva de trabajo: "Muchas veces los técnicos, que no son los suficientes, tienen que tomar decisiones de seguridad por su cuenta, porque la subcontrata que les emplea no se hace responsable".
Márquez ilustra esta situación con una anécdota de la que fue testigo: "En una ocasión varios trabajadores tuvieron que sujetar un cubrepeas a las mil de la mañana para que durante la actuación no cayera sobre la gente de la primera fila".
Raúl (nombre ficticio), técnico de sonido, desgrana las prácticas habituales y la manera de organizarse de las empresas que gestionan el personal al servicio del espectáculo: "En un festival, cada escenario se asigna a una subcontrata distinta, que cobra lo mismo independientemente de a qué trabajadores contrate y en qué condiciones". Esto, según relata, permite a los organizadores del evento "lavarse las manos ante los abusos".
"En las inspecciones de trabajo nadie mira que lleves 25 horas trabajando" –lamenta- "Yo he llegado a currar sin parar todo ese tiempo y luego, medio muerto de cansancio y sueño, he tenido que coger la furgoneta para ir al pueblo a descargar el material". Con todo, reconoce que su situación es mejor que la de los trabajadores sin cualificación que se ocupan de las tareas más penosas: "Eso no tiene nombre", dice. "En el Viña Rock, mientras llovía a cántaros, nos pelábamos de frío sin un triste camerino donde refugiarnos, pero es que al chico que limpiaba le tocaba hacerlo a la intemperie, debajo del jarreo, sin ninguna protección más que su chubasquero".
"Les contratan ex profeso para el acto y se dan situaciones de abuso descaradas" –subraya José María García González, responsable de Cultura de la UGT- "Exceso de trabajo, salarios de miseria… Un incumplimiento total del convenio".
El convenio aplicable es el de salas de baile y discotecas, del que los organizadores –o sus subcontratas- intentan "descolgarse" para no tener pérdidas. "La labor inspectora no llega a todos estos espectáculos y lo saben, por lo que intentan saltárselo porque es más ventajoso para los trabajadores", concluye García González.
G'n'R, Pearl Jam, Foo Fighters… y teloneando, rockeros en precario
Ajenos al glamour y la fama que exudan las rockstars y los cabezas de cartel que ejercen como reclamo, las bandas pequeñas que quieren abrirse paso se encuentran con un sinfín de aros por los que hay que pasar. "Un músico es un trabajador por cuenta ajena porque cumple con las dos condiciones: ajenidad y dependencia" –describe Sánchez Sanz- "Y, sin embargo, en los festivales les hacen factura, les tratan como falsos autónomos".
García González coincide: "Los artistas, laboralmente, también tienen la condición de asalariados, pero se cometen abusos que violan todas las normas". Por ejemplo, que un grupo viaje de Barcelona a Madrid para tocar, sin recibir compensación alguna por los gastos del transporte o el alojamiento, y tener que conformarse con una remuneración de 500 euros a repartir entre los seis miembros de la banda. "Lo que han de hacer es ir a los juzgados de trabajo a denunciar esta situación, ya que la ley dice que cada músico ha de cobrar como mínimo 116,90 euros por 'bolo'".
El activista subraya que con el tipo de contratación que se les hace a los músicos, los accidentes de tráfico que puedan tener durante los trayectos "no se cubren". Esto es, no están contemplados como accidente laboral. Esta problemática saltó a la palestra tras el brutal siniestro sufrido por el grupo Supersubmarina en 2016, cuando regresaban de tocar en el Medusa Sunbeach de Valencia.
Los sindicatos dicen que actualmente la lucha se centra en conseguir que las empresas organizadoras se responsabilicen por gastos como la pernocta y las dietas. "Que las bandas no tengan que pagar por trabajar", en palabras de Sánchez Sanz. "Se les estafa, parece que les hagan un favor por dejarles tocar" –se queja-. "En un festival se hizo un concurso para telonear a cierta banda muy conocida y al ganador le obligaron a tocar gratis, diciendo que bastante tenían con telonear a un grupo estrella".
"Si nos uniéramos y dijéramos que hasta que no se hagan las cosas bien no toca nadie, otro gallo cantaría", dice Márquez en su doble condición de sindicalista y músico. "Pero también hay gente que si no toca, no come, así que estamos en un punto en que nos miramos a la cara y no sabemos qué decirnos". Tampoco espera solidaridad por parte de quienes han logrado llegar a la cima: "Los cabezas de cartel no se preocupan por quienes les telonean y cómo les tratan, salvo honrosas excepciones".
Promoción gratis
Las bandas noveles o poco conocidas salen muy rentables por muchos motivos, no sólo porque son baratas. Uno de ellos es la colosal promoción comercial que realizan y por la que no ven ni un euro. Márquez cita el ejemplo del Mad Cool, evento que considera el epítome del "capitalismo musical".
Éste es, según García González, otro de los caballos de batalla: "Se está negociando que los músicos puedan percibir algo de los beneficios de los patrocinadores, como los derechos de imagen por el streaming –emisión on line– de los conciertos por parte de las marcas".
Que la población, local y foránea, responde de manera entusiasta al 'boom' de los macroeventos musicales está fuera de toda duda. Sin embargo, para gozar de una o varias jornadas de conciertos ininterrumpidos hay que rascarse el bolsillo: en el Mad Cool de este año, el precio por día era de 85 euros, mientras que el pase de fin de semana superaba los 180. El acceso al célebre Primavera Sound de Barcelona es algo más económico: 80 euros por una sola jornada y 140 el abono de tres días.
Estas tarifas –que incluyen sólo el acceso– son comparables a las de otros eventos punteros en el extranjero, como el estadounidense Lollapallooza (100 euros por día) o el belga Tomorrowland, una de las mecas del Techno, cuyo pase diario asciende a 125 euros. En un país donde el mileurismo es la norma, pagar una entrada puede suponer un sacrificio para un ciudadano promedio.
Los asistentes pagan muy bien, para contar con unas condiciones de seguridad, higiene y acondicionamiento
Por otro lado, los precios experimentan un ascenso meteórico a medida que se aproximan los días señalados para el espectáculo. Según un estudio de la página de ahorro Cuponation.es, las entradas se encarecen hasta 75 euros desde la tarifa de lanzamiento. En concreto, esa fue la cifra de incremento de los tickets para el BBK Live, el campeón del sobreprecio en España, que pasó de 80 euros a 155. Le siguen el Medusa Festival, cuyas primeras 8.000 entradas se pusieron a la venta al precio simbólico de un euro y terminaron comercializándose por 70. El Primavera Sound y el Sónar completan el podio con un sobrecoste de 65 euros.
Los asistentes pagan, y pagan muy bien, para contar con unas condiciones de seguridad, higiene y acondicionamiento adecuadas, lo que no impide que se produzcan caos organizativos como el ya mencionado de la entrada de la edición de este año del Mad Cool -suceso denunciado por organizaciones de consumidores como FACUA- o el hundimiento de una plataforma en el paseo marítimo de Vigo.
Esta asociación lleva dos años denunciando a Live Nation, la promotora del Mad Cool, ante el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid por no permitir la entrada con comida y bebida al recinto, medida que considera abusiva ya que "la actividad básica de la empresa no es la venta y distribución de comida y bebida". Por este mismo motivo se han presentado acciones contra Last Tour, promotora del BBK Live, y Promociones Baltimore, que organiza el Low Festival, y Extremúsika Progevents, la firma detrás del festival cacereño homónimo.
Esta última también ha sido objeto de la denuncia de FACUA por, presuntamente, "pretender grabar imágenes para utilizarlas posteriormente sin el consentimiento del público y que éste asuma todo riesgo que pueda derivarse del evento". Respecto a este particular, la asociación afirma que Extremúsika se exime de toda responsabilidad en materia de seguridad a través de las condiciones generales publicadas en su web: "El portador de la pulsera asume personalmente todo riesgo que pueda derivarse del evento y/o de la concentración de público, tanto en el acceso a las zonas del recinto, como durante la celebración de los diferentes conciertos y en la salida del mismo".