La industria global del motor está en un brete. A grandes rasgos, el sector se debate estos días entre encarecer la mano de obra de los vehículos con destino al mercado estadounidense o sufrir aranceles salvajes, próximos al 35%, en todas las exportaciones dirigidas al país que desde ayer gobierna Donald Trump.
El nuevo presidente lo advirtió durante su campaña electoral y lo reiteró cuando se supo dueño de la Casa Blanca. Aquellas compañías automovilísticas que fabrican sus coches en México y luego los venden en los Estados Unidos deberán replantearse esta conducta, a riesgo de sufrir las consecuencias. Ese mensaje a navegantes afecta a la práctica totalidad de los gigantes del sector, desde las locales General Motors o Ford, la alemana BMW y la italo-estadounidense Fiat Chrysler, pasando por la japonesa Toyota y la coreana Hyundai. El único consuelo de todas ellas consiste en que el político incumpla sus promesas electorales, aunque no tiene pinta de que así sea.
La lista de firmas de automóviles se extenderá en breve entre la totalidad de las compañías que deslocalizan sus producciones en búsqueda de mejores precios. Así, Ford apostó por plegarse a las exigencias y se apresuró a anular una inversión de 1.500 millones de euros en México. Fiat-Chrysler optó por repatriar a EEUU la producción de unos de sus estrenos. Toyota se debate entre "lo malo y lo peor" y Hyundai aboga por elevar las inversiones en EEUU en 2.900 millones de euros durante el próximo lustro, lo que podría incluir la apertura de una planta en suelo americano.
Con la particular diplomacia que le caracteriza, el magnate republicano dejó claro que las empresas que no se sometan a su dictado pagarán cara su rebeldía.
Los países de origen de muchas de estas empresas afectadas tienen una patata caliente que digerir en los encuentros que protagonizarán en los próximos días con el hombre más poderoso del mundo.
Japón reaccionó al instante en defensa de Toyota Motor y de la creación de empleo de la firma nipona en EEUU. "Toyota ha estado intentando ser un buen ciudadano corporativo para los Estados Unidos", recordó el portavoz del Ejecutivo japonés, Yoshihide Suga.
Lo mismo sucede con el Gobierno alemán, que no parece muy dispuesto a someterse a la amenaza de Trump. El ministro germano de Economía salió en defensa de BMW y advirtió esta semana de los riesgos que supondrá el encarecimiento de los derechos de aduana de las importaciones de vehículos producidos por fabricantes alemanes lejos de los EEUU. "La industria automovilística estadounidense saldrá menos bien, más débil y más cara", dijo Sigmar Gabriel.
En concreto, BMW pretende abrir en 2019 una planta en Luis Potosí (norte de México) para producir vehículos cuya grueso de las ventas se producirán en los EEUU. Los planes de BMW por ahora siguen en pie, a pesar de la amenaza de Trump, en espera de ver cómo se desarrollan los acontecimientos. BMW se ha limitado a recordar su relevante presencia en Estados Unidos, en concreto en Spartanburg, desde donde se fabrica el mayor número de los modelos BMW que transitan por las carreteras estadounidenses.
El desafío de Trump a Alemania no admitía dobleces. Tras reconocer que son numerosos los Mercedes Benz que transitan a diario por la Quinta Avenida neoyorquina, Trump se preguntó: "¿Cuántos Chevrolets ven ustedes en Alemania. No muchos, quizá ninguno". Ante la anterior provocación, Markus Duesmann, responsable de compras de BMW, indicó al diario Frankfurter Allgemeine que su compañía "tendrá que replantearse sus relaciones con los proveedores", ante el nuevo e incierto escenario que se abre en los EEUU.