
El mar y los ríos no siempre fueron considerados lugares para nadar o bañarse, ni necesariamente para disfrutar del sol. Los trajes de dos piezas utilizados para el baño en público estuvieron de moda en la Antigüedad, pero dejaron de usarse con la caída del Imperio Romano, cuando el gusto por el agua declinó hacia fines higiénicos.
Así, a pesar de que a finales del siglo XVII aparecieron los primeros balnearios en Francia e Inglaterra, no fue hasta la Revolución Industrial cuando surgió el concepto del tiempo libre, las vacaciones y la recreación, así como la mejora de los transportes que propiciaron los viajes.
A principios de 1800 ir a la playa se convirtió en una actividad social, a la par que los trajes de baño se pusieron de moda. A medida que esta práctica se generalizó, se generó la necesidad de confeccionar una prenda específica, que siguió los mismos principios que otras piezas que las mujeres lucían en las calles. La primera vestimenta de playa consistía en un pesado conjunto de seis piezas con gorro, túnica y pantalones de lana o algodón y calcetines, que desaparecerían 25 años más tarde.
El momento del baño en esta época era completamente diferente al concepto actual. Hombres y mujeres se instalaban, separadamente, usando cabinas portátiles para cambiarse de ropa, evitando el contacto con el sol. Los bañistas se sumergían en el mar por motivos terapéuticos, como una actividad positiva para la salud, recomendada por los medios.
El bañador de una sola pieza
En los años veinte se presentó el primer vestido de baño femenino moderno, que no cubría ni las piernas ni las manos. Dada la novedad, los inspectores frecuentaban las playas para medir a punta de regla el largo del bañador, que no debía superar los 15 centímetros sobre la rodilla. Las bañistas se enfrentaban a multas si la prenda mostraba más de lo permitido.
Más adelante, a medida que la actividad física ganaba más adeptos, los diseños de los trajes de baño -destinados para hacer deporte y nadar- se simplificaron. En 1930 los bañadores femeninos perdieron definitivamente las mangas y las medias y los diseñadores comenzaron a fabricar unos modelos de algodón que marcaban de forma sugerente la figura femenina.
Dos décadas antes, en 1910, había nacido en Portland (Estados Unidos) la fábrica Jantzen, que confeccionó sus trajes de baño con un material similar a la goma, que no absorbía una gran cantidad de agua. Al principio, esta empresa utilizaba la lana pero, dados los problemas de este material pesado y caluroso -unidos a una petición del club de remo de trajes más elásticos y suficientemente temperados- abandonaron estos tejidos por el algodón y las fibras elasticadas. Así, Jantzen lanzaría a la fama un traje de baño más deportivo, oficializando un nuevo cambio de paradigma a nivel global sobre el agua, que ya no era sólo para mojarse.
En los años treinta hizo su aparición el primer bañador femenino tal y como es conocido hoy en día. Estaba confeccionado con lana y no resaltaba el cuerpo de la mujer. Su forma era similar a un mono, compuesto por una camiseta de pico sin mangas unida a un pantalón muy corto. En 1932 el modisto Jacques Heim impactó con el traje de baño Atom, el precursor del bikini, caracterizado por la escasez de tela y prohibido en muchas partes del mundo. Compuesto por dos piezas -una superior que cubría el pecho y dejaba la espalda al aire, y otra inferior, que cubría la entrepierna- dejaba al descubierto el ombligo y las caderas.
La llegada del bikini
La primera referencia del bikini se debe al francés Louis Réard, que se decantó por reducir aún más las dimensiones del traje de baño. Poco después de que Heim impactara con el Atom, en 1946, presentó su colección de trajes de baño de dos piezas. A esta nueva prenda la llamó bikini en honor a Bikini Atoll, un atolón de Marshall Islands en el Pacífico central, donde durante 12 años los estadounidenses realizaron ensayos con bombas atómicas.
Para Réard no fue fácil encontrar una modelo profesional que quisiera posar con sus diseños. La prenda resultó tan escandalosa que sólo la stripper Michel Bernardine se atrevió a lucirla oficialmente ante la prensa. Fue esta bailarina del casino de París quien sugirió el nombre al creador, alegando que su colección iba a ser más explosiva que la bomba de Bikini. La presentación de la prenda fue todo un bombazo que enloqueció a la parte más moralista de la sociedad de la época.
El bikini comenzó a ser tolerado y puesto de moda gracias a las divas de cine de finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta -quienes se atrevieron a usar esta prenda en las películas- unidas a los medios de comunicación y a la apertura política y social de Occidente. Es el caso de Brigitte Bardot, quien en sus descansos en Saint Tropez y Cannes promocionó esta pieza, así como en su papel en The girl in the bikini, en 1957, animó a decenas de mujeres a hacerlo. Seis años después, la conocida actriz Ursula Andress lució un bikini cinturón blanco mientras interpretaba a la chica bond que salía del mar con un cuchillo colgando en el film 007 contra el Doctor No.
Por su parte, el cantante Brian Hyland también contribuyó a la fama del innovador bañador femenino con su canción de 1960. Bajo el título Itsy Bitsy Teenie Weenie Yellow Polka Dot Bikini el cantante despertó entre las adolescentes americanas el gusto por el bikini, considerado inmoral y escandaloso para la época.
El bikini cumple 70 años
Históricamente el bikini tiene más de 1.700 años de antigüedad. Así lo muestran los mosaicos procedentes del año 300 a. C. encontrados en la Villa Romana del Casale en Sicilia que representan a mujeres en traje de baño en movimiento. Pero remontarse a la verdadera historia del bikini es revivir tiempos de escándalo y censura, pues esta prenda ha tenido un gran impacto en la cultura popular. Reconocido por ayudar a la emancipación de las mujeres y castigado por convertirlas en un objeto de deseo, el pasado 5 de julio el bikini cumplió 70 años. Desde entonces, la moda bañista no ha dejado de evolucionar, tanto en sus diseños como en los estampados.
En 1960 la introducción de la lycra, una fibra cuya longitud natural puede ser tensada y estirada hasta seis veces, abre nuevas posibilidades al diseño de trajes de baño, por lo que la moda se impone en un marco de descanso y bronceado en las playas. El aire de libertad respirado en los años ochenta -unido al interés por la moda y por el cuerpo escultural- impulsa el triunfo de los tangas, mientras que la reducción del bikini a su mínima expresión, el monokini, triunfa en los noventa.
Hoy, la última moda son los bikinis que permiten broncearse, así como aquellos que disponen de tecnología inteligente como estabilizadores de temperatura internos o costuras unidas por ultrasonidos que se adaptan al cuerpo como una segunda piel.