Empresas y finanzas

La captura y el confinamiento de emisiones de CO2, en el alero

  • Hay 15 instalaciones operativas y 23 proyectos en desarrollo
  • Se han invertido 12.000 millones y hacen falta 3,6 billones
  • Las dos grandes instalaciones españolas, cerradas

La Captura y el Confinamiento del Carbono (CCS por sus siglas en inglés) es una de las tecnologías llamada a protagonizar un futuro en el que las emisiones de CO2 no incrementen la temperatura global. No obstante, su coste, la debilidad de las políticas climáticas, la caída de los precios del crudo, el rechazo de los ecologistas y otros factores están enturbiando sus posibilidades de desarrollarse. La UE, concretamente, está perdiendo el tren.

El CCS consiste en capturar el CO2 emitido durante los procesos de generación de energía y transportarlo por una tubería hasta inyectarlo a gran profundidad en el subsuelo, evitando así que acabe en la atmósfera y que contribuya al calentamiento del planeta.

Muchos modelos de simulación indican que el CCS es una tecnología clave para impedir que la temperatura global se incremente por encima de los 2 grados centígrados, momento a partir del cual los efectos serán catastróficos.

De hecho, aunque sólo se incluye en los planes climáticos de tres países -Canadá, Noruega y China-, el Acuerdo de París para luchar contra el calentamiento le hace un guiño claro al perseguir "un equilibrio entre las emisiones antropógenas por las fuentes y la absorción antropógena por los sumideros en la segunda mitad del siglo".

La Agencia Internacional de la Energía (AIE) calcula que el CCS puede suponer alrededor del 13% de la reducción de las emisiones de CO2 que serán necesarias hasta 2050. Ese año, concretamente, deberían atraparse unos 6.000 millones de toneladas de CO2 cada año. Para conseguirlo, en 2020 deberían haberse probado con éxito unas 30 aplicaciones de CCS, con capacidad para capturar unos 50 millones de toneladas de CO2 al año.

Y para 2030, el CCS debería usarse de un modo habitual en las centrales de generación eléctrica con carbón y gas, así como en la gran mayoría de la industria pesada, es decir, acerías, refinerías, cementeras y similares.

Quince proyectos operativos

Como revela un reciente informe del International Center for Climate Governance, en la actualidad hay 15 proyectos de gran escala en operación en todo el mundo, que capturaron 28 millones de toneladas de CO2 en 2015, la gran mayoría en aplicaciones industriales. Además hay siete proyectos que empezarán a operar antes de que acabe el año que viene y otros 23 en diferentes fases de desarrollo.

Todos estos proyectos suman una capacidad de captura de carbono de 80 millones de toneladas de CO2 anuales, por lo que se podría seguir la senda establecida por la AIE, siempre que los proyectos sin financiación sean capaces de captarla y de materializarse.

De acuerdo con la AIE, alcanzar el objetivo de los 2 grados centígrados exigirá una inversión de 3,6 billones de dólares hasta 2050 en CCS. La inversión acumulada desde 2005 es de 12.000 millones, de modo que el volumen de capital que aún se debe atraer es ingente.

Problemas a solventar

El primer problema es el coste. En la actualidad, varios países exigen a los proyectos de centrales de generación térmica que incluyan un estudio económico que contemple la aplicación de CCS. Los cálculos revelan que, para obtener rentabilidad, el precio del CO2 debe estar entre los 40 y los 100 dólares por tonelada, cuando en la actualidad el mercado europeo -el más desarrollado- ronda los seis euros por tonelada. Obviamente, el precio del dióxido de carbono debería repuntar muy mucho para que cuadraran las cuentas y los mercados de carbono habrían de generalizarse.

Otro escollo es la reducción del precio del petróleo. La principal aplicación comercial del CCS es la estimulación de yacimientos maduros de petróleo y gas -el CO2 se inyecta en los pozos para extraer más hidrocarburos- y la mitad de los proyectos anunciados de CCS son de este tipo. Sin embargo, con los precios actuales del crudo las cuentas no suelen salir, razón por la que docenas de proyectos se han cancelado. Además, en estas aplicaciones no se verifica que el CO2 quede atrapado en el subsuelo.

Y otro escollo es la oposición de los ecologistas, que ven en la técnica un obstáculo para lograr un modelo energético cien por cien renovable. La presión social, impulsada por ellos, puede dar al traste con el aprovechamiento de los reservorios geológicos que se identifiquen, labor tampoco fácil de concretar. De momento, en España, según un estudio de la Plataforma Tecnológica del CO2, sólo el 14% ha oído hablar del CCS y su primera reacción al conocerlo es buena en el 62% de los casos.

La UE pierde el tren

Al complejo panorama global hay que añadir que sólo un puñado de países están empujando la tecnología por su curva de aprendizaje: Canadá, Australia, la UE, y, sobre todo, EEUU y China, que tienen 22 de los proyectos en marcha o diseñados. Donde más falta haría, en los países en desarrollo, en los que crecerá la demanda de energía, brilla por su ausencia.

La UE, por su parte, se ha perdido en una compleja e ineficaz política de fomento. Aunque dispone de una normativa específica -la Directiva 2009/31/CE-, cuya trasposición al ordenamiento de los 28 es casi total, no tiene efectos prácticos por la falta de proyectos.

Bruselas lanzó en 2011 el programa NER300, orientado a proyectos de renovables y CCS, cuyos fondos se derivaban del mercado de CO2. Las expectativas eran que obtendría entre 6.000 y 9.000 millones hasta 2020, pero el hundimiento del precio del Derecho de Emisión ha dejado esas expectativas en 2.100 millones, que se reparten entre 38 proyectos, de los que sólo uno, en Reino Unido, es de CCS.

Una propuesta legislativa en tramitación busca repetir el mecanismo para la próxima década, y espera recaudar 10.000 millones asumiendo que la tonelada de CO2 tenga un precio medio de 22 euros. El objetivo es que en 2030 una cuarta parte de las reducción de CO2 previstas se consigan gracias al CCS. La industria, escéptica tras el fiasco, pero esperanzada, se está centrando en la investigación.

El potencial estimado de captura de CO2 del CCS es superior a los 2 billones de toneladas. Y su aplicación parece indispensable para conseguir los objetivos climáticos. ¿Logrará afianzarse?

Los dos proyectos españoles, de Ciuden y Elcogás, cerrados 

Aparte de un ramillete de proyectos de investigación, en España había dos iniciativas de CCS de buen tamaño, ya en la escala de la demostración: uno de 30 MW de la Fundación Ciudad de la Energía (Ciuden), en León, y otro de 14 MW de Elcogás, en Ciudad Real. El primero se ha transformado en un proyecto de biomasa y la central experimental de gasificación de carbón que impulsaba el segundo cerró a inicios de año.

No obstante, Francisco Javier Alonso, presidente de la Plataforma Tecnológica Española del CO2, confía en que el CCS tenga presencia en España: "es necesario" afirma, antes de indicar que será básica para detener las emisiones de la generación de energía y, sobre todo, de las industrias pesadas, que por su menor tamaño tienen complejidades técnicas añadidas. Critica el modelo de apoyo de la UE -"no han sabido movilizar al sector privado"- y, como muestra de la viabilidad de la tecnología, recuerda que en la Organización Internacional de Normalización (ISO) hay un comité específico sobre CCS "que no se habría creado si la entidad no creyese que va a tener un buen desarrollo".

Como muestra del buen hacer de la industria nacional refiere al Proyecto Comet, capitaneado por el Instituto Geológico y Minero, que entre 2010 y 2013 analizó el subsuelo de España, Portugal y Marruecos en busca de posibles reservorios para el CO2, encontrando 103 en tierra firme española, con una capacidad de almacenamiento de 14.000 a 21.000 toneladas del gas.

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