
Los caminos del mercado musical son inescrutables: cuando algunos pensaban que la fuente de ingresos de futuro para los creadores debería ser algo similar a Spotify, la plataforma que permite escuchar casi cualquier canción a cambio sólo de algo de publicidad (sin anuncios con suscripción) la industria discográfica ha puesto sobre la mesa una verdad incómoda: el modelo de radio bajo demanda apenas sirve para retribuir.
Aunque el streaming es ya la forma más habitual de consumir música en Estados Unidos, y ha conseguido frenar el atractivo de la piratería de contenidos musicales.
Pero lo cierto es que el pago unitario por cada canción escuchada es tan diminuto (del orden de fracciones de céntimo) que a los creadores la cantidad que les llega es muy pequeña.
La facturación total del mercado de la música creció en 2015 un 1% hasta los 7.000 millones de dólares, y pese a que el consumo de streaming crece a un ritmo del 34%, el modelo de Spotify no consige demostrar su rentabilidad.
Buena medida de la escasa importancia que tiene la música bajo demanda en el peso global del mercado la da la comparación con uno de los nichos más pequeños: el de los discos de vinilo.
El formato antecesor del Compact Disc, que habría quedado relegado al olvido si no fuese por la pasión de algunos melómanos por los grandes discos negros, generó ventas el pasado año por valor de 416 millones. En el mismo tiempo, los canales digitales de música basados en publicidad ingresaron apenas 385 millones de dólares.
"Es por esto por lo que muchos en la hermandad de los músicos sienten que los gigantes de la tecnología se están enriqueciendo a costa de los que realmente crean la música", explica Cary Sherman, consejero delegado de la asociación RIAA.