
El estado de Florida es uno de los mayores centros de producción mundial de tomates, gracias a unas excepcionales condiciones climáticas que en ciertos aspectos recuerdan a las de algunas zonas de España. Pero lo que es una bendición para la industria agroalimentaria local, repleta de envasadores y fabricantes de alimentos que utilizan esta hortaliza como materia prima, también conlleva algunos inconvenientes.
El principal de ellos es qué hacer con las más de 400.000 toneladas de residuos de tomate (unidades desechadas por no ser suficientemente atractivas, trozos de rama, corazones, piel, pepitas) que no tienen salida en la cadena de producción. Van directos a la basura y, de allí a contaminar los acuíferos.
"Queríamos encontrar una manera de tratar estos residuos, que cuando se desechan en los vertederos pueden generar grandes cantidades de metano -uno de los gases de efecto invernadero más potente-", explica Venkataramana Gadhamshetty, profesor de la South Dakota School of Mines & Technology.
Para ello han desarrollado una pila de combustible repleta de microbios que se encargan de alimentarse del material vegetal en descomposición y que al hacerlo lo oxidan y liberan electrones: hasta 0,3 vatios puede producir cada una de estas pilas de combustible.
Después del festín bacteriano, en la pila queda mucho menos material, con lo que el saldo es perfecto: "el proceso ayuda a purificar los residuos sólidos y por tanto también las filtraciones al sistema de acuíferos", explican.