
Bacardí se hunde en España. El gigante de bebidas alcohólicas con sede en Bermudas y propietario también de la marca Martini, registró en el último ejercicio fiscal, cerrado el 31 de marzo del pasado año, una cifra neta de negocio de 214,7 millones de euros.
Es sólo un 5% menos que en 2013 pero supone encadenar ya seis años consecutivos de caída de la facturación y volver al mismo nivel prácticamente de 1998. La crisis económica ha provocado que el grupo encadene seis años de caída de las ventas y haya perdido así casi la mitad de los 377,3 millones de euros que llegó a facturar en el ejercicio cerrado a 31 de marzo de 2008.
Lo peor además para Bacardí es que la caída de los ingresos ha provocado un caída constante de sus beneficios en el mercado español. En el ejercicio cerrado en marzo de 2012 ganó 21,8 millones, en 2013 ese importe se redujo a 8 millones y en el último año ha caído hasta tan sólo 3,2 millones de euros, el nivel más bajo desde hace años.
Bacardí, que tiene una plantilla en España compuesta por 374 trabajadores, ha ido perdiendo posiciones y presencia en el mercado de forma gradual en los últimos años frente a sus dos grandes competidores, la británica Diageo, propietaria de marcas de ron como Cacique, Pampero, Zacapa o Captain Morgan; y de la francesa Pernod Ricard, dueña Havana Club.
Entorno macroeconómico
En el informe de gestión adjunto a las cuenta anuales, Bacardí explica que "la evolución de los datos macroeconómicos ha tenido un impacto importante en la industria de bebidas espirituosas" y recuerda que "se han producido descensos en el consumo de casi todas las categorías". Ante esta situación de consumo decreciente, la compañía insiste en que "ha continuado con el proceso de adecuación y mejora de su modelo comercial, enmarcado en una estrategia de valor, y productivo, mejorando sus eficiencias, para adaptarse al nuevo entorno de mercado".
El problema de Bacardí no es, de hecho, una excepción porque todo el sector de sector de bebidas espirituosas está cayendo desde que se inició la crisis. Y no sólo por el descenso generalizado que ha sufrido el consumo en los últimos años, sino también por la creciente presión fiscal.
Según las estimaciones de la patronal Febe, la Federación Española de Bebidas Espirituosas, el año pasado se cerró con una caída de ventas del 4,9 por ciento, con lo que el mercado encadena ya ocho años en recesión. Por canales de distribución, el descenso es más acusado en la hostelería, con una caída del 5,8 por ciento, especialmente provocado por el comportamiento del ocio nocturno.
No obstante, también desciende el consumo en el hogar, con una caída del canal de alimentación del 3,8 por ciento. Bosco Torremocha, director de Febe, ha solicitado por todo ello en reiteradas ocasiones un cambio de la fiscalidad bajo la filosofía de que "un grado de alcohol es un grado" independientemente del producto del que se hable, ya sea una bebida espirituosa, una cerveza o un vino, con lo que cada uno debería pagar igual en proporción.
Las bebidas alcohólicas están causando, en este sentido, más de un dolor de cabeza al Gobierno. El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, decidió ignorar todas las recomendaciones de la industria y el 28 de junio de 2013 incrementó un 10% la carga fiscal. En 2012 se había recaudado con las espirituosas 745 millones de euros y el objetivo que se perseguía con esta medida era recaudar 815 millones.
La recaudación
Sin embargo, tal y como pronosticó el sector, las ventas se hundieron y la recaudación se quedó en 715 millones. Fueron 100 millones menos de lo previsto, 35 millones menos que en 2012 y, sobre todo, dejó al sector con el mismo nivel de recaudación que había en 1999.
Aunque es cierto que en 2014 se ha producido un ligero crecimiento de la recaudación, para el sector la caída de las ventas sigue siendo muy preocupante, sobre todo porque que se ha saldado también con un fuerte destrucción de empleo, no tanto ya en la industria, como en la hostelería, cuyas ventas no han parado de caer hasta el año pasado.
"Si el Gobierno rectifica y baja los impuestos podría recaudar un 10 por ciento más porque subiría el consumo. Si por el contrario, suben más los impuestos sería un suicidio", ha explicado en varias ocasiones Torremocha. El problema, de momento, es que las ventas siguen cayendo.