
Antonio Pita
Sde Boker (Israel), 12 oct (EFECOM).- Israel trata de revertir contrarreloj el olvido al que, pese a ser un país puntero en desarrollo y exportación de sistemas de energía solar, ha relegado a esta fuente alternativa en su desértico territorio.
El Estado judío se alimenta principalmente de la importación del altamente contaminante carbón y, en menor medida, de gas natural, como parte de una política histórica destinada a evitar una dependencia del petróleo de sus países árabes enemigos.
Pero, paradójicamente, Israel no ha mirado al cielo para modificar su estructura energética, pese a contar con más de trescientos días de sol al año y a que el desierto del Neguev cubre casi un 60 por ciento de su territorio.
Los ambientalistas defienden que el recurso a la energía solar, que actualmente no supone ni una milésima parte del total de la red (seis veces menos que en España), no sólo reduciría los índices de polución atmosférica, sino que también preservaría la autonomía israelí en materia energética.
La situación es todavía más chocante si se echa un vistazo a cualquier tejado del norte al sur del país, de Haifa a Beer Sheva, pasando por Jerusalén o Tel Aviv, inevitablemente coronados por una placa solar que calienta el agua corriente.
Esta política, instaurada en los años ochenta, "es un gran ejemplo de la actual falta de voluntad del Gobierno de desarrollar la energía solar", asegura la responsable de Energía de Greenpeace en Israel, Nili Grossman.
Esta inacción gubernamental contrasta a su vez con el éxito de la potente compañía israelí Solel fuera de sus fronteras, donde desarrolla importantes plantas de energía solar, especialmente en California y en el sur de España, en cooperación con gigantes como Sacyr o ACS.
Solel lleva años postulándose para el largamente anunciado y nunca aplicado proyecto gubernamental de montar en el desierto del Neguev la mayor planta solar del mundo.
En 2002, el Ejecutivo del entonces primer ministro, Ariel Sharón, aprobó la construcción para 2005 de esta central cerca de la localidad de Eshalim, a fin de que dos años después el astro rey aportase el dos por ciento de la energía del país.
Tras años de interminables problemas burocráticos y rencillas entre ministerios, la cartera de Infraestructuras aportó una luz de esperanza la pasada semana al anunciar el futuro lanzamiento de dos licitaciones para edificar en el Neguev dos plantas de 120 megavatios cada uno.
Ambos proyectos deberían estar operativos en 2011, tres años después de la publicación de los pliegos de condiciones, precisa la portavoz de este ministerio, Hagit Gesnih.
Una decisión que busca poner fin a años de retraso e incertidumbre que han encrespado los ánimos de ambientalistas, investigadores y compañías privadas.
"El Gobierno no está ayudando a construir esa planta tanto como a la gente le gustaría", señala con discreción David Faiman, director del Centro Nacional de Energía Solar de Sde Boker, en el desierto del Neguev.
Frente a un dispositivo de paneles de celdas fotovoltaicas de su creación que transforman a bajo coste luz solar en energía eléctrica, Feiman asegura que una sola macro planta podría llegar a cubrir hasta el diez por ciento de las necesidades energéticas del país (20.000 megavatios).
El enésimo objetivo que se ha marcado el Gobierno israelí, en este caso para 2020, es precisamente que una décima parte de su energía proceda de fuentes renovables, principalmente solar.
"Algunas soluciones se requerían ayer y no mañana", ironiza el director del Instituto de Investigación sobre el Desierto de la Universidad Ben Gurion, Avigad Vonshak.
Mientras en Solel reina, por su parte, el escepticismo tras "años esperando a que se aclare una situación que no está en nuestras manos", Greenpeace ve una "gran oportunidad" para entrar, por fin, en la senda del desarrollo sostenible.
Según un informe de la organización ecologista, el empleo de 2.500 megavatios de energía solar generaría a la economía nacional 180 millones de dólares y crearía 5.000 puestos de trabajo.
Pero, sobre todo, ayudaría a reducir la contaminación en el país, que anualmente causa la muerte por cáncer a 1.250 personas, según un estudio del Ministerio de Sanidad. EFECOM
ap/amg/cs
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