Fue en el mes de junio del año pasado cuando Grifols anunció que había suscrito un acuerdo con el fondo soberano de Singapur por valor de 830 millones de euros. La operación estaba vinculada a la entrada de dinero asiático en su filial estadounidense Biomat y la compañía aseguró que el dinero obtenido se utilizaría para "repagar deuda" en el marco de su compromiso por reducir apalancamiento. Es decir, Grifols anunció una inyección de capital.
A principios de 2021, la deuda financiera neta de la compañía se situaba en 6.200 millones de euros y el ratio de deuda financiera neta sobre ebitda en 5,1 como resultado de las adquisiciones de centros de plasma a BPL y Kedrion y de la transacción de Gigagen. Durante el mismo año, en septiembre, la farmacéutica catalana también anunció una de las mayores operaciones de su historia: la compra de Biotest por unos 2.000 millones de euros. En ese escenario, condicionó el pago de dividendos a que la deuda del grupo no esté por debajo de cuatro veces el ebitda. Fue en febrero de este año cuando la compañía comunicó que la deuda era, al término de 2021, de 5.828 millones de euros, lo que supone un múltiplo de 5,4 respecto al ebitda. Sin embargo, ahora la historia es otra. Tras una auditoría de KPMG, Grifols tuvo que informar el jueves por la noche a la CNMV que la inyección de capital del fondo soberano de Singapur no era tal, sino un pasivo financiero. La decisión afecta a la deuda del grupo, que engordó de repente hasta los 6.480 millones de euros, un 10% más.
Una de las dudas que se pueden abrir es cómo mantener los costes de financiación. Ante una más que probable subida de tipos y un incremento de la deuda tras la auditoría de KPMG, este sería uno de los problemas a los que tendrá que buscar solución la farmacéutica. Hoy es del 3,15% con vencimiento de cinco años.
Por otro lado, a pesar de la corrección sobrevenida, la farmacéutica del Ibex no cree que vaya a afectar a la vuelta al pago del dividendo. Es decir, sigue creyendo que podrá volver a dar rédito a los accionistas a finales 2023, cuando espera que el múltiplo de deuda sobre ebitda sea menor que 4. De hecho, el consenso de analistas de Bloomberg les da la razón. Ellos piensan que será en mayo del año que viene cuando podrá llenar sus carteras con las acciones que posean de Grifols. Además, se atreven también a poner un precio: 25 céntimos por acción. En la jornada de ayer en bolsa, los accionistas decidieron castigar a la cotizada, que cayó al término de la sesión por encima del 3,3%.
Planes diversos
Los planes de la compañía para que el traspiés sufrido tras la auditoría de KPMG no afecte a los planes a medio plazo podrán ser diversos. Entre ellos estarían, por ejemplo, el ahorro en costes estructurales, olvidarse de operaciones de compra significativas o diferir el capex en los próximos años. Grifols también espera tener un crecimiento orgánico mayor al protagonizado en los últimos dos años por la recuperación del mercado del plasma tras la pandemia.
Pero además, Grifols está trabajando para enmendar el error detectado por KPMG mientras auditaba la naturaleza del dinero asiático. La farmacéutica sostiene que "la intención ha sido siempre que el instrumento financiero suscrito tenga la consideración de patrimonio", decían en la noche del jueves a la CNMV. "Grifols está analizando las modificaciones necesarias en los términos y condiciones del acuerdo con el propósito de que dicha transacción se clasifique como instrumento de patrimonio, tal y como ha sido siempre la voluntad de las partes", añadía la empresa al regulador nacional.
Habrá que ver qué ocurre y si los auditores cambian de parecer después del trabajo de las partes. Hoy por hoy, lo único claro es que dicha inyección para reducir deuda se debe contabilizar como pasivo financiero, una especie de Ley de Murphy para una compañía que buscaba reducir el nivel de apalancamiento.