Lo primero que hace Raquel Lombas (Mieres, 1972) cuando comienza su jornada laboral es comprobar en el sistema informático si hay alguna incidencia reseñable con los clientes de la consultora tecnológica en la que trabaja. ¿Las más habituales? Problemas en el funcionamiento de la interfaz y consultas sobre el sistema de la herramienta cloud en la que ella está especializada. Si las hay, su misión consiste en buscar una solución rápida a ese problema, resolverlo y comunicárselo al cliente.
Pero la rutina de esta consultora de IT no siempre ha sido así. Hace unos años su día a día transcurría entre notas de prensa, presentaciones a medios y llamadas a periodistas. Hasta que un día decidió imprimir un giro radical a su carrera. "La transformación digital es más real de lo que parece. Me di cuenta de que el mercado laboral estaba evolucionando muy deprisa, y de que ese viraje estaba afectando negativamente a mi sector, lo estaba precarizando. Me atraía el mundo tecnológico por las buenas perspectivas de futuro que ofrecía, así que me formé para ello y di el salto", relata.
Como Raquel, muchas personas, en un momento dado de sus vidas, sienten ese mismo impulso de pegar un volantazo en su trayectoria profesional. Según Jorge Álvarez, head of business development & Innovation de LHH, las motivaciones para ese deseo pueden ser muy diversas. "La búsqueda de un crecimiento profesional, cambios organizativos que impactan en el entorno de su actividad, la necesidad de encontrar nuevos retos en otros sectores, retomar vocaciones pasadas, el anhelo de satisfacer nuevas inquietudes o, sencillamente, la motivación por aprender y desarrollar cosas nuevas".
Pero, aunque muchos son los llamados, son pocos los elegidos. Y es que un salto de esas dimensiones da vértigo. Al fin y al cabo, dejar de hacer lo que siempre se ha hecho para iniciar algo completamente nuevo, es, de algún modo, empezar de cero… ¿O no? Pilar Jericó, presidenta de Be-Up, no cree que sea así en absoluto. "Nunca empezamos de cero. Naturalmente, cualquier trabajo obliga a poseer una cierta cantidad de conocimientos técnicos, pero estos se pueden adquirir, y no son, además, los que marcan el éxito o el fracaso de un profesional. La mayor parte de las veces, ese éxito lo determinan una serie de habilidades transversales que sirven para casi cualquier trabajo", señala.
Esas habilidades, que vendrían a ser una especie de 'esperanto' o 'llave maestra' del trabajo, están relacionadas con "la actitud, la gestión de uno mismo y la de su entorno, y tienen mucho que ver con saber manejarse en los contextos político, cultural y administrativo que subyacen en la vida de toda empresa", añade.
En el caso de Raquel Lombas, su bagaje como emprendedora y consultora de comunicación le facilitó cruzar esa frontera laboral. "A mí me ayudó mucho conocer ya cómo funcionan las empresas por dentro, cómo interaccionan los distintos departamentos o las relaciones entre compañeros o con los clientes. Tenía carencias técnicas que tuve que trabajar, pero al contar ya con la parte contextual, el aterrizaje fue mucho más rápido", explica. Además, buena parte del contenido de la mochila de capacidades que traía de su trabajo anterior lo está aprovechando en el actual. "Las habilidades de comunicación, tanto oral como escrita, por ejemplo, son muy valiosas en cualquier entorno. Y en el ámbito tecnológico, donde quizá no sean su fuerte, todavía más".
"¿Cómo dar el salto? Hay que tener en primer lugar plena convicción de lo que estamos a punto de hacer"
¿Y cómo se opera ese cambio? Jorge Álvarez propone el siguiente itinerario: "En primer lugar, hay que tener plena convicción de lo que estamos a punto de hacer. Además, es fundamental conocer nuestras fortalezas y áreas de mejora. También es importante fijar el objetivo que queremos alcanzar, tener un propósito. Por último, y como paso previo al cambio, tendremos que formarnos en esas competencias y habilidades que nos van a requerir en nuestra nueva actividad profesional".
Entonces, ¿el salto es posible? Sí, pero con matices. Pasar de concertista de piano a astronauta (o viceversa) no siempre será viable ni recomendable. Para saber si hay opciones realistas de éxito, Susana Gómez Foronda, fundadora y socia directora de Smart Culture, aconseja efectuar antes una pequeña ecuación matemática. "Estimar la distancia que existe entre tu rol actual y el deseado en términos de experiencia, conocimientos y habilidades. Porque ese resultado va a determinar la inversión de tiempo, recursos y energía necesaria para hacer esa migración". Para esta experta, la clave está en "identificar qué activos de los que ya posees (conocimientos, experiencia, formación, contactos, etc.) pueden ayudarte a posicionarte como un profesional de referencia en ese territorio profesional al que quieres llegar".
Renacer en una nueva vida laboral puede sonar muy bien como idea. Pero una vez que se llega al borde del precipicio y se asoma uno al vacío, también es intimidante. Para reducir el temblor de piernas, Susana Gómez Foronda recomienda reinventarse en territorios profesionales aledaños al de origen. "Que estén vinculados a un sector, rol, habilidad, conocimiento o experiencia de la que ya disponemos para poder construir sobre ellos un relato creíble acerca de nuestra capacidad profesional".
La falta de experiencia en un determinado mundo es, de hecho, uno de los principales hándicaps que se les achaca a los cambia pieles laborales. Por ese motivo, Gómez Foronda apunta que los territorios vírgenes son especialmente propicios para la reinvención. "Las nuevas profesiones que emergen como consecuencia de la digitalización y la transformación del mercado laboral son una gran oportunidad, ya que, en realidad, nadie tiene un pasado relevante en ellas", indica.
Pilar Jericó sugiere aproximarse al nuevo destino poco a poco. Y es que antes de lanzarse al vacío, no está de más hacer algo de investigación previa. "Habla con personas que se dediquen a eso mismo que tú quieres hacer, para que te cuenten de primera mano cómo es su día a día; así evitaras idealizar o fantasear sobre la función. Además, ponle cabeza; hay que intentar ser realistas y analizar fríamente todas las implicaciones que ese trabajo soñado podría acarrear en el caso de conseguirlo: viajes, seguridad económica, etc. Finalmente, escucha a tus tripas. ¿Qué te dice tu intuición? ¿Responde esa elección a un deseo profundo? Y ¿estás dispuesto a correr el riesgo de fracasar y a esforzarte al máximo para evitarlo?"
La falta de confianza es uno de los peores enemigos de quienes dan el salto. "No pienses en lo que te puede faltar, sino en lo que tú puedes aportar a ese nuevo rol", insiste Pilar Jericó. ¿Algún último consejo? Los de Javier Álvarez son: "Trabajar y afianzar la autoestima, ser consciente de que hay mucho que aprender y tratar de aprovechar los miedos e inseguridades no como freno, sino como mecanismos de estímulo y motivación".
¿Y si sale mal? ¿Y si damos el salto y nos acabamos estrellando? "Siempre que se toma una decisión importante hay incertidumbre. Hay que manejar un margen de error y aceptar que nos podemos equivocar", dice Jericó. Pero los beneficios de tirarse a la piscina, en términos de crecimiento, aprendizaje, realización personal, etc., también pueden ser enormes. Incluso si al final resulta que la piscina estaba vacía. La presidenta de Be-Up recuerda que los estudios que se han realizado con enfermos terminales siempre arrojan la misma conclusión. "Cuando llega el final del viaje, las personas no nos arrepentimos de nuestros errores, sino de los que no cometimos porque no nos atrevimos a intentarlo".