
Boris aborrece a los hombres con barba. Por eso no tarda mucho en apartarse del punto de mira del fotógrafo. Manuela, sin embargo, le busca. Parece que disfruta posando aunque, en realidad, está analizándole al milímetro. También le gusta pintar. Marta asegura que no tiene ninguno de los dibujos de Manuela prendido de su nevera -"no llega a devolverlos"-. La mira con un cariño sincero, satisfecha de compartir una amistad singular, diferente. "No, pero no es amistad", se corrige. En ese instante emerge la primatóloga, y ya no es la Marta adolescente que colaboró en la crianza de Manuela hace ahora 17 años. Manuela es una chimpancé. Y su vínculo, finalmente, decide bautizarlo como una "amistad entre especies".
Marta Bustelo dirige Rainfer, uno de los tres únicos centros para el rescate y la rehabilitación de primates que existe en España. Las instalaciones se encuentran en un enclave secreto de Madrid que sus fundadores guardan con celo para evitar el acecho de los traficantes de especies salvajes y poder dotar a los más de 130 primates a los que cuidan de un lugar tranquilo donde recuperarse. Rainfer no es un lugar de vacaciones para ellos, sino un refugio que les ofrece una vida mejor tras padecer penalidades en circos, zoológicos y casas de particulares que un día se encapricharon de tener un mono.
El suelo natural de un terreno en pleno campo queda repartido entre distintas especies que habitan en el interior de un vallado abierto al cielo y con módulos de distintos materiales que van cambiando para asegurarles el divertimento. Capuchinos, macacos, lémures, monos verdes, chimpancés, titíes y orangutanes disfrutan de los últimos años de su vida -la media de edad es alta aquí- en un estado envidiable si lo comparamos al del día de su llegada. Sus historias nunca tienen un buen principio. La mayoría fue arrebatada de su hábitat natural desde crías para ser vendidas en el mercado negro, donde su cotización es alta. Proceden de Sudamérica, Asia y África, pero estos animales enseguida se vieron forzados a trabajar en circos, en la industria de la publicidad y el cine, o a ser expuestos al público en zoos. También a vivir encerrados en casas para el siniestro disfrute de otros.
"A Lola la compró una pareja que no podía tener hijos. La trataron de convertir en una persona, de un modo totalmente antinatural", explica Marta a elEconomista. Lola es una capuchina joven, a la que lograron rescatar hace dos años convenciendo a la pareja antes de que fuera demasiado tarde. Cuanto más mayores son, más complicada es su rehabilitación y la integración con otros miembros de su especie. "Tuvimos suerte; cuando crezca, Lola será una de las jefas", pronostica la primatóloga.
Llegan a automutilarse por el estrés y la ansiedad de no saber dónde están. Llevan años viviendo encerrados con personas, no han tenido la opción de desarrollarse con su especie
Los ojos de los primates impresionan. Es fácil ver a un humano en ellos. Los traumas vividos por los habitantes de Rainfer son como los nuestros, tanto físicos como psicológicos. La atención médica que reciben trasciende la ciencia veterinaria; con frecuencia son atendidos por especialistas en neurología o cardiología cuando padecen dolencias muy concretas. Todas ellas, causadas por humanos. El encierro en jaulas minúsculas, los malos tratos -palizas, castigos, entrenamientos violentos-, la alimentación precaria y la falta de luz les llevan a contraer enfermedades severas y trastornos digestivos y de conducta. Caen en la depresión, en el aislamiento e incluso dejan de comer.
La tenencia de primates es ilegal en España desde 1984, pero a muchas personas no les supone un obstáculo. El dinero manda. Y las bajas sanciones no ayudan
"Llegan a automutilarse por el estrés y la ansiedad de no saber dónde están. Llevan años viviendo encerrados con personas, no han tenido la opción de desarrollarse con su especie; fueron apartados desde crías y no han podido aprender de su madre. Esto genera traumas psicológicos y cada uno lo expresa de un modo", indica la directora del centro. El aislamiento es especialmente conflictivo en el caso de animales tan genuinamente sociales, para los que la soledad es un enorme problema.
Casi pertenece a la especie de los cefus, de pequeño tamaño y sorprendentes colores en el pelaje y el rostro, como pintado. Tiene aproximadamente 30 años y es de los casos más difíciles a los que se ha enfrentado este espacio. Se crió durante 23 años con particulares en una jaula diminuta. La tenencia de primates es ilegal en España desde 1984, pero a muchas personas no les supone un obstáculo. El dinero manda. Y las bajas sanciones que impone el código español alienta a los que se atreven a saltarse la ley. "Se volvió loca", relata Marta. Nuestra guía añade que está satisfecha porque ya no continúa autolesionándose y ha aprendido a convivir con otras dos primates hembra, hermanas. Sin embargo, su recuperación nunca será completa. No sabe jugar ni comportarse como otros de su especie y ya no puede aprenderlo.
La sensación es agridulce, porque sabes que nunca podrás darles lo que necesitan, que es la libertad
Aceptar los límites de un proyecto que no puede aspirar a la devolución de estos animales a su entorno de nacimiento es uno de los caballos de batalla de sus fundadores: "La sensación es agridulce, porque sabes que nunca podrás darles lo que necesitan, que es la libertad". La primatóloga nos explica que esa oportunidad se pierde prácticamente en el momento en el que llegan a un país que no es el suyo. Aún frenando a tiempo su venta, el protocolo requerido para devolverlos a su hábitat -hallar su zona concreta de origen, comprobar que no están contaminados de bacterias o virus que podrían contagiar al resto de su comunidad- resulta tan complicado y costoso económicamente que convierte la opción en inviable. Y una vez han pasado tiempo en condiciones desnaturalizadas, sin haber aprendido de sus progenitores ni haberse desarrollado en comunidad, carecen de los medios para sobrevivir por sí mismos. "Si los liberáramos en su hábitat, los matarían otros depredadores o los rechazarían grupos de su propia especie", asegura.
Aceptar esto es especialmente duro para los cuidadores. Ellos mejor que nadie saben que los primates sienten la falta de libertad: "Son conscientes de que siguen siendo presos, de que están cautivos". Y sin embargo, en el otro lado de la balanza, ahí están. Saliendo adelante. El proceso de la rehabilitación es largo, puede prolongarse durante años, pero es satisfactorio. En Rainfer, además, presumen de haber logrado integrar a todos los animales que han pasado por aquí, de haber mejorado sus condiciones de vida.
Cuando Manuela suelta una tuerca de algún lado, te la enseña y sólo te la devuelve a cambio de yogures. Si le das uno y ella sabe que ese objeto tiene más valor, no lo acepta y espera a que le ofrezcas más
La integración rezuma complejidad. Los cuidadores estudian los caracteres y los trastornos de cada individuo del grupo para analizar si un nuevo primate podrá adaptarse favorablemente en su seno. Se trata de un proceso lento, donde el 'nuevo' va entrando poco a poco en el espacio de la comunidad. Primero, hay una exposición únicamente olfativa; luego, visual. Y se miden las reacciones, la química, la sintonía. Si se toleran, es un buen comienzo.
Las relaciones ganan en complejidad conforme aumenta el tamaño de las especies dentro de los primates. Las de los chimpancés, por tanto, son las más ricas e intrincadas. Llegan a tejer alianzas para destronar al líder del grupo. Su inteligencia adquiere facultades asombrosas, pueden aprender el lenguaje de signos y tienen una gran capacidad de empatizar, también con los humanos a los que conocen. Marta cuenta cómo se preocupan si perciben que estás teniendo un mal día, si estás triste o ven que te has herido. También entienden de chantajes: Manuela es capaz de extraer piezas de las instalaciones para canjearlas por yogures, su vicio favorito. "Si ha soltado una tuerca de algún lado, te la enseña y sólo te la devuelve a cambio de yogures. Si le das uno y ella sabe que ese objeto tiene más valor, no lo acepta y espera a que le ofrezcas más". La mandíbula se nos desencaja ante la risa enorgullecida de Marta. Desde luego, Manuela tiene poco que envidiar a muchos hombres de negocios.
Los animales, tras haber sido incautados, pertenecen al Estado. Sin embargo, están adscritos al Ministerio de Comercio, donde no existen proyectos pensados para su mantenimiento
Guille es otro de los chimpancés de su grupo. Pasó sus primeros 13 años de vida encerrado en una jaula tapada con plásticos en el jardín de una casa. A su dueña le molestaba la luz natural. Cuando llegó, sólo bebía cocacola. Sus cuidadores tardaron meses en que bebiera agua, y lo lograron diluyéndola en cantidades cada vez más pequeñas de refresco. Maxi es el ejemplar más veterano de Rainfer, con 44 años, y fue rescatado junto a Yvan. Sus años en el circo y la vida en carromatos le causó un raquitismo que le ha deformado por completo. Es mucho más pequeño que Manuela, a pesar de que ésta sólo tiene 17 años. La primatóloga recuerda que ir a rescatar a esta pareja de chimpancés al circo en el que actuaban le costó una de las experiencias más duras de su vida profesional, al verles en una función en la pista sobre patines y bicicletas disfrazados de sevillanas, con la mirada completamente perdida, como autómatas. Ambos se cuentan entre los individuos que han mostrado más agradecimiento por su nueva vida en un espacio natural.
A la pregunta de cómo se financia todo esto, la directora de Rainfer vuelve a sorprendernos: carecen de una sola ayuda estatal, pese a que los animales, tras haber sido incautados, pertenecen al Estado. Sin embargo, están adscritos al Ministerio de Comercio, donde no existen proyectos pensados para su mantenimiento. Tampoco en el de Medio Ambiente, que se centra en velar por sus competencias, entre las que no están los primates que aparecen ilegalmente en nuestro país. Los gastos harían temblar a cualquiera. Sólo la calefacción durante el invierno en los dormitorios de los primates supone 4.000 euros al mes. El presupuesto básico de medicinas asciende a los 400 euros mensuales, sin contar las necesidades especiales de algunos ejemplares, bajo tratamientos concretos más costosos.
Jane Goodall suele pasarse por Rainfer cuando visita España y se queda un par de días con la familia Bustelo: "Nunca hablamos con ella sobre primates"
Si Rainfer ha logrado mantenerse durante casi 25 años se debe al compromiso de sus socios, los padrinos de los animales, los voluntarios, las donaciones de material y alimentos y las colaboraciones esporádicas. También al prestigio cosechado por el proyecto, que presume de visitas frecuentes de la eminente primatóloga Jane Goodall. La británica suele pasarse por Rainfer cuando visita España y se queda un par de días con la familia Bustelo. La última vez, hace un par de años. "Nunca hablamos con ella sobre primates", especifica la directora del centro con una sonrisa.
Realizan visitas para colegios con el fin de concienciar a los niños sobre la situación de los animales; el público general puede acceder en grupos hiperreducidos los fines de semana. Rainfer trata ahora de compaginar la vida secreta que necesita con la difusión de su labor, esencial para remover la conciencia social y entender la importancia del respeto al hábitat de los animales salvajes. A través de este trabajo, los visitantes pasan en muchas ocasiones a convertirse en agentes del mantenimiento de este espacio. Algunos apadrinan a primates concretos, otros aportan un donativo en campañas concretas que desarrolla el centro.
Llega la hora de la despedida. Marta nos cuenta que Manuela sabe lanzar besos, pero sólo lo hace si le apetece, y según el día que tenga. "El otro día la visitaron unas niñas que la tienen amadrinada, y tuvieron mucha suerte, porque no paraba de mandarles besos". Acto seguido, oímos el cariñoso chasquido, y miramos a Manuela. "Parece que nos ha oído", comento. "Es que nos ha oído", matiza Marta. Y así nos vamos, felices, arrullados por la estela de sonoros besos de Manuela.