
China busca reducir la dependencia de las inversiones exteriores, pero lo hace con una política que hasta la fecha ha sido perjudicial para las empresas españolas.
España fue uno de los primeros países de Europa en establecer relaciones diplomáticas con China a principios de los setenta, una vez pasados los años más duros de la "Revolución Cultural" y en pleno proceso internacional de pensar en cuál sería el futuro de la China después de la muerte de Mao. La llegada se produjo en un momento especialmente difícil para la China comunista, la cual carecía de tecnología y capital humano para desarrollar sectores clave para la industrialización del país. Fue en este punto, especialmente tras el inicio de la Reforma Económica en 1978-1979 cuando los primeros españoles tanto profesionales como empresas empezaron a llegar a China para trabajar en ámbitos de urgente necesidad como el sector energético, las infraestructuras, el transporte o los productos químicos, farmacéuticos y nutrientes.
Lo que España (en términos diplomáticos y políticos en los momentos más delicados) y sus empresas hicieron durante la década de los setenta, los ochenta y hasta mediados de los noventa, explica en buena parte la actual estructura de la presencia española en el gigante asiático. Es el guanxi que España apenas ha logrado acrecentar en la última década, donde la presencia empresarial ha decaído notablemente, se han disparado los fracasos comerciales y financieros y donde ha crecido la desconfianza mutua conforme China sigue avanzando a ritmo firme en Europa y países como Italia o Portugal le han comido a España parte del terreno que tenía hace más de dos décadas tanto en posicionamiento económico como en relaciones bilaterales.
Para medir y analizar la presencia de España en China, es necesario distinguir dos mundos: por un lado, la presencia en términos comerciales y, por otro lado, la presencia en términos de inversión y flujos financieros. A partir de los últimos datos disponibles del Departamento de Aduanas e Impuestos Especiales de la Agencia Tributaria correspondientes a 2018, se puede observar un incremento sustancial del número de empresas que comercian con China, teniendo la mayoría de ellas un establecimiento permanente en el país. Concretamente, el número de empresas exportadoras se incrementó hasta 12.892 empresas, mientras que el número de empresas importadoras (de China a España) se situó en 57.827. En apenas dos décadas, el número de empresas exportadoras se ha multiplicado por 8,5 veces sobre todo en el sector industrial, aunque también han subido las que se dedican al comercio.
China hoy es más cerrada que hace una década y España perdió su oportunidad hace 10 años
Al mismo tiempo, la balanza comercial se ha hecho más negativa: mientras que en 2018 el saldo era negativo por un importe de 19.929 millones de euros, al cierre de 2020 el saldo se ha incrementado hasta los 21.164 millones de euros, muy cerca de la cifra que muestra la balanza comercial del conjunto de los socios comerciales de España. Es evidente, por tanto, la necesidad de rebalancear esta situación, creando un incentivo para el establecimiento de más empresas españolas que, por un lado, potencien las exportaciones a China y, por otro lado, se sitúen en medio de la relación de importación entre China y España, hoy protagonizada en buena parte por intermediarios chinos.
Inversiones y finanzas
Con respecto a las inversiones y flujos financieros de las empresas españolas en China, es notable un fenómeno que se caracteriza de dos maneras: por un lado, una reducción relevante del stock de capital de las empresas españolas en China a partir de 2012, cuando marcó el máximo de 5.147 millones de euros. En poco más de dos años se redujo a la mitad, para posteriormente crecer hasta los 3.288 millones de euros. Esto se debe a la salida masiva de inversiones españolas en China, justo al revés de cuando países como Italia, Portugal, Alemania o Reino Unido hicieron crecer masivamente sus inversiones tras la llegada al poder del actual presidente Xi Jinping, momento en el que instaura el modelo de la "Nueva Ruta de la Seda" que ha permitido los máximos niveles de internacionalización de las empresas chinas y la llegada de inversiones de otros países a China para diversificar su economía hacia el sector servicios.
Mientras que una parte de las posiciones inversoras españolas se han disipado en escasamente una década, las empresas que han quedado han multiplicado por 6 su cifra de negocios hasta prácticamente superar los 6.500 millones de euros en 2018 (de 1.112 millones de euros en 2007 a 6.474 millones en 2018), según los últimos datos ofrecidos por el ICEX. Estas empresas especialmente posicionadas en los sectores del transporte, componentes de automóvil, componentes industriales, químicas, alimentarias y de servicios poseen desarrollos tecnológicos que les han permitido crecer dentro de China adaptándose a un clima de negocios que está empeorando significativamente en los últimos tres años debido a la dureza con la que el Gobierno chino trata a los intercambios con el exterior, conforme la situación política ha ido también endureciéndose en materia de liberalización.
Continuará la presencia de las inversiones en sectores como el de componentes de automóvil
China busca reducir la dependencia de las inversiones exteriores, pero lo hace con una política que hasta la fecha ha sido perjudicial para las empresas españolas. Aunque el acuerdo de inversiones firmado con la Unión Europea el 30 de diciembre de 2020 introduce ciertas esperanzas a medio plazo (incluso con tensiones de corto plazo en cómo se va a materializar y cuándo), es evidente que China hoy es más cerrada que hace una década y que la oportunidad que durante más de diez años aprovecharon los países europeos de establecerse en China, España la perdió.
Crecimiento para china
A pesar de este clima más hostil, las inversiones españolas también se están reposicionando hacia sectores más ligados con las prioridades de crecimiento del Gobierno chino. Es el caso de servicios de alto valor añadido como la arquitectura, el diseño, la ingeniería, la electrónica o la fabricación de componentes, además de sectores que poco a poco se van abriendo como la conservación medioambiental, la agroalimentación y relacionados.
Continuará durante bastante tiempo la fuerte presencia de las inversiones españolas en sectores como el de los componentes de automóvil (más de un tercio del total) con compañías como Grupo Antolín o Gestamp, entre otras; los servicios financieros (fundamentalmente Banco Santander, antes BBVA y Caixabank), bienes de equipo (Siemens Gamesa, Corporación Mondragón…), retail (liderazgo indiscutible de Inditex), transporte (Alsa, a través de la cabecera National Express) o químicos, redes y energéticos (el caso de Técnicas Reunidas), entre otros.
En definitiva, la internacionalización de la empresa española en China necesita un relanzamiento que empieza por la propia regeneración institucional de España en el gigante asiático, y continúa con una mayor diversificación en otros sectores productivos en los que España tiene ventaja competitiva global. Más allá de crecimientos puntuales que se puedan producir tanto del flujo de inversiones brutas como también de la cifra de negocios de las empresas instaladas, es muy necesario una mirada integral, con sentido de largo plazo y que evalúe correctamente los riesgos de entrar en China, donde las barreras a la entrada no son menores y donde el conocimiento cultural, histórico y de las costumbres se aprende no en una escuela de negocios ni en un libro sino sobre el terreno.