
Lanzarse a un nuevo negocio exige tirarse al vacío antes de alcanzar nuestras metas, quedarse suspendido en el aire sin tener la certeza de que caeremos sobre blando. La incertidumbre acecha en cada movimiento porque emprender es la historia de hacer las cosas por primera vez. Más noticias en la revista gratuita elEconomista Pymes, Autónomos y Emprendedores
El primer email corporativo, la primera llamada comercial, la primera incidencia? después de años funcionando por inercias en el trabajo, nos encontramos de repente con que hay que parase a pensar cada movimiento. De nuestras decisiones de ahora dependerá que nuestro proyecto tenga alma y visión. Así que son muchos los emprendedores que se quedan agazapados antes de esos primeros movimientos, diseñando eternos planes de negocio y aferrándose al análisis antes de dar el gran salto.
¿Antes de dar el salto... o para no dar el salto? Vaya usted a saber. El caso es que el perfeccionismo ataca las entrañas del emprendedor, haciéndole ser cada vez más dubitativo y temeroso de aventurarse en el mundo real. Con lo tangible y cómodo que es el mundo de las ideas, quedémonos aquí pensando mucho. Nuestro emprendedor sigue empecinado en añadir más y más detalle a su eterno plan de negocio. Ha entrado en un bucle de parálisis por análisis. ¿Valdrá de algo todo ese trabajo previo? Es posible que no, porque en el mundo empresarial, como en las películas, la calle es la mejor escuela. Es la que nos indica si nuestra idea realmente funciona, si el producto/servicio cala entre nuestros público y si necesita más o menos tiempo.
Miedo a la incertidumbre
Detrás de esa parálisis por análisis se suele esconder un enorme miedo a enfrentarse a la incertidumbre de una nueva empresa. Tenemos miedo a dejarnos el alma en algo que luego no funcione. Normal. El fracaso duele, pero no por eso podemos dejar de mirar hacia delante, tirando del carro de nuevas ideas. El mundo es cada vez más ambiguo e incierto, es un hecho. Y nuestra mejor manera de enfrentarlo es asumiendo la incertidumbre como parte de lo cotidiano, en vez de aletargarnos en cábalas de niño temeroso. Los humanos siempre hemos convivido con el miedo y no vamos a dejar de hacerlo en el siglo XXI. A cada uno de nosotros nos toca controlar ese temor, para que el sano y energizante miedo se quede solamente en eso, en un estímulo para ser mejores dentro de la reacción. Que el miedo no derive en pánico.
En la pantalla están poniendo la película 300. Un lobo enorme rodea a un niño que, paradójicamente, tiene muy poca pinta de víctima. La mirada del pequeño es aún más fiera que la del animal y el narrador dice: "El lobo olfatea, saboreando el olor del inminente bocado. Pero a él no le sobrecoge el temor, simplemente es más consciente de todo cuanto le rodea, el aire frío en sus pulmones, (?) su pulso es firme, su forma física perfecta". En la vida real quizás no haga falta ser tan épicos como ese joven Leónidas, pero casi.