
Aunque es en los últimos meses cuando más se ha empezado a hablar del síndrome del trabajador quemado (burnout en inglés), este fenómeno no es nuevo. En 2019, la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo reconoció como un riesgo laboral. Dos años y una pandemia después, el problema no ha hecho más que empeorar. La solución va más allá de encontrar un buen equilibrio entre la vida personal y laboral, hace falta un cambio cultural.
Actualmente, el trabajo está sobrecargado de expectativas. Tiene que servir para encontrar un sentido de pertenencia, un propósito e incluso permitir el autodesarrollo, todo ello dictado por un "tremendo mandato de felicidad", señala la terapeuta, autora y presentadora de podcasts Esther Perel a CNBC Make It. Al final, el resultado de estas expectativas poco realistas es una predisposición al fracaso. Según ella, "sentimientos como el desafío o la dificultad no tienen permiso para existir en el trabajo o en la vida".
En ese sentido, Perel considera necesario no responsabilizar a las personas del síndrome del trabajador quemado, centrándose en analizar ese problema desde un punto de vista cultural. No se trata tanto de que la gente trabaje más que cuando lo hacía en una granja como de que el trabajo moderno representa un sentido de propósito y, sobre todo, "el deseo de más".
La pandemia empezó a cambiar las normas tradicionales del mundo laboral, dando lugar a que muchos trabajadores revaluen su relación con el trabajo y la forma en la que lo realizan. Cada vez aspiran menos a conseguir más, comienzan a plantearse si el trabajo tiene que abarcar una parte tan importante de su identidad personal o si quieren trabajar tantas horas a la semana desde la oficina. Dado que el trabajo representa actualmente el centro de la vida de muchos trabajadores, el renegociar es algo "muy bueno", apunta Perel.
Síntomas del síndrome del trabajador quemado
En sí, este síndrome no se define como una condición médica, sino que se trata más bien un fenómeno laboral caracterizado por la sensación de agotamiento, apatía y reducción de eficacia, según la OMS.
Uno de los síntomas más comunes de este agotamiento laboral es el insomnio. El estrés crónico interfiere con el sistema neurológico y hormonal encargado de regular el sueño y, a su vez, la falta de sueño afecta negativamente a dicho sistema. Un círculo vicioso que podría no hacer más que agravar este síndrome, señala Lotte Dyrbye, médica y científica que estudia el agotamiento laboral en la Clínica Mayo a The New York Times.
Otro de los síntomas clave es la fatiga y los cambios en los hábitos alimentarios. En momentos de estrés, es frecuente abandonar hábitos saludables en pos de alimentos "reconfortantes" que hacen sentir mejor y que varían en función de la persona. Asimismo, puede afectar directamente al apetito, haciendo que las personas bajo presión tengan menos hambre de lo habitual y más una vez haya pasado el periodo de estrés.
El desgaste laboral también se puede manifestar en forma de jaquecas y dolores de estómago. El 67% de los participantes en un estudio realizado en Suecia con personas que sufrían trastorno de agotamiento (similar al síndrome del trabajador quemado) tenía náuseas, gases o indigestión, mientras que el 65% sufría dolores de cabeza.
El síndrome del trabajador quemado puede desarrollarse al mismo tiempo que una depresión o un cuadro de ansiedad y comparten síntomas físicos. Por un lado, la depresión puede provocar dolor de estómago, problemas de sueño, cambios en el apetito y dolores musculares. La ansiedad, por su parte, se relaciona con dolores de cabeza, náuseas y problemas para respirar.