
No ha hecho falta cambiar la ley para dar un volantazo a parte del sistema electoral patrio, ha bastado con jugar con el calendario. El azar -o el cálculo electoral, que de todo hay- ha querido que pasemos de un modelo similar al estadounidense a otro más francés, de un mecanismo de control a lo 'midterms' a uno de ajuste inmediato a lo 'segunda vuelta'.
Es por eso por lo que los partidos de izquierdas están nerviosos. La suya fue una gran victoria en las elecciones generales del 28 de abril. Lo fue porque el PSOE ganó con amplitud, aunque sin mayoría, y porque Podemos y En Comú cayeron, pero serán determinantes para formar Gobierno junto con otras formaciones. Pero todo eso puede venirse abajo si no logran mantener la movilización de sus filas en las inminentes elecciones municipales, autonómicas y europeas del 26 de mayo.
El hecho de que menos de un mes separe ambas citas ha hecho saltar por los aires las tendencias hasta ahora más asentadas. En España, como sucede en EEUU y en otros muchos países, las elecciones municipales solían llegar con la legislatura ya en marcha. Eso hacía que sirvieran de toma de temperatura electoral: los votantes 'castigaban' al Ejecutivo si la gestión era negativa y daban cierta correa a la oposición en caso de cambio de ciclo.
Todo ello, claro está, pasado por el tamiz de las peculiaridades de cada voto: no es lo mismo elegir alcalde o alcaldesa que votar a un presidente del Gobierno, de ahí que mucha gente pueda votar en sentidos algo distintos. Algo similar -aunque más atenuado- sucede en las autonómicas, pero nada tienen que ver ambas con las europeas, que la mayoría de ciudadanos perciben como ajenas. Es por eso por lo que tradicionalmente han servido como medición del estado de ánimo electoral, aquí con la salvedad del sistema electoral diferenciado -circunscripción única- y la participación -la más baja de todos los comocios- que hacen bailar algo el resultado.
En general podría decirse que aunque los comicios locales y autonómicos tienen sus particularidades servían de herramienta de control al Ejecutivo de turno. Por poner un ejemplo cercano, José Luis Rodríguez Zapatero tuvo constancia de la hondura de la crisis del PSOE en las autonómicas que dieron el control absoluto del mapa territorial al PP meses antes de que Mariano Rajoy ganara con mayoría absoluta en las generales.
Un cambio 'a la francesa'
Sin embargo este 2019 tan electoral será distinto. El hecho de que todo se vote en apenas unas semanas hace que el efecto corrector tenga otro calado, y que el debate nacional -siempre presente, aunque atenuado- se cuele de lleno en campañas locales.
En términos generales la izquierda teme que su electorado se desmovilice tras el éxito cosechado en las generales: que piensen que la labor de contención del frente conservador que gobierna en Andalucía ya está hecho. De hecho, tanto PSOE como Podemos saben que su éxito o fracaso electoral depende únicamente de su capacidad de movilizar. Buena prueba de ello es que el miedo a ver a Vox en el Ejecutivo disparó a los socialistas y contuvo el derrumbe de los de Pablo Iglesias.
El escenario en el que se manejan ahora PP, Ciudadanos y Vox es el de una 'segunda vuelta': visto el estrépito del derrumbe de los de Pablo Casado -que es lo que les impide sumar- quizá el elector conservador vuelva a otorgarle la confianza a sus candidatos, si no por convicción al menos por oposición a que la izquierda gobierne. Baste señalar que en mapa del poder municipal en las grandes capitales ni siquiera es rojo socialista: fueron los 'gobiernos del cambio', conglomerados apadrinados por Podemos y salidos del poso del 15M, los que lograron conquistar las principales plazas nacionales. Y el rechazo a esas candidaturas es si cabe mayor en el polo conservador.
Así, de la misma forma que se dan efectos de convergencia en los países que cuentan con segunda vuelta electoral -baste ver la concentración del voto de todo signo que ha vivido Francia en dos ocasiones para evitar que el Frente Nacional lograra la victoria-, podría suceder algo similar en los tres partidos de la derecha. Sus votantes, tradicionalmente más leales y constantes que los de izquierda, pueden revertir los resultados de hace menos de un mes en muchos puntos de la geografía nacional.
Controlar las dos Cámaras y el Ejecutivo es relevante, pero perder bastiones autonómicos y quedarse fuera del control directo de los grandes ayuntamientos supondría un enorme problema. A fin de cuentas, es la política de proximidad la primera que contribuye a configurar las opiniones políticas de la mayoría de electores.
Hasta el día después del domingo electoral nada se moverá en España: nadie habla de la investidura del presidente, ni del reparto de carteras, ni de con qué fuerzas habrá acuerdos y en qué términos. Y los planes pueden cambiar radicalmente en función de qué partidos cosechen qué victorias. Habrá que esperar a ver si en estas elecciones 'francesas' hay efecto de corrección del voto de las generales si se da, o no, un cambio en la polaridad de la movilización. Especial Elecciones 26-M.