
Desde que en los bares españoles además de fútbol, torreznos, espuma de cerveza y cruasanes resecos hay políticos pegando golpes en la mesa, mucha gente vive con miedo. Y no hay pavor más profundo que el desasosiego que provoca lo desconocido. Jordi Évole se disfrazó hace unos días de Campo Vidal McFly y regresó al futuro para dinamitar el estudiado teatro de los debates televisivos. Con suavidad lo condujo de la mano hacia la peligrosa llanura imprevisible del reality show. Creíamos que la política era eso, pero en realidad resulta que era otra cosa. Nos hacemos mayores, qué faena para algunos.
Dos tíos en mangas de camisa, pretendidas némesis del porvenir, sin representación parlamentaria en el Congreso, abrieron la veda de la campaña electoral sin más ayuda que la de su lengua y un par de toques de edición audiovisual. Con una conversación informal, sin cifras, sin concreción, con sensibles pero amables enfrentamientos dialécticos no excesivamente concienzudos, lograron agitar la conciencia del electorado. Nadie dijo que fuera fácil, pero en realidad lo era.
Como habitamos un territorio en el que las sensaciones taberneras son determinantes para el destino de nuestra papeleta, la pelota transita ahora por el tejado de los partidos viejos, esos que se resisten a pedir el cambio con el partido sumido en una suerte de pelotazos en el barro. Ahora parece que toca debatir sin ambages, a calzón quitado, sin papeles, sin tiempos y sin miedo al ridículo. Toda una revolución que juega a favor de aquellos que se han criado en un fútbol político diferente, y en donde las viejas glorias tratan de sacudirse el desparpajo de las estrellas en ciernes. Hay partido. Pero vamos por partes.
Rajoy: Tú hazte el sueco
Realmente el debate Iglesias-Rivera fue un medio más que un fin. El órdago no buscaba otra cosa que la oportunidad de vapulear públicamente al presidente con más dificultades oratorias de la historia democrática reciente si nos atenemos a todas y cada una de sus intervenciones públicas desprovistas de guion. Eso o -premio de consolación- pavonearse durante toda la campaña electoral de que el líder popular no ha tenido los arrestos suficientes para ocupar uno de las sillas vacías cuidadosamente colocadas el pasado domingo.
Pero Mariano Rajoy es un experto es escurrir el bulto. Consciente de sus limitaciones, eso no lo vamos a criticar, todo parece indicar que el presidente esquivará el cuerpo a cuerpo con su supuesta apretada agenda por montera. Resta ver a qué escudero elegirá el partido para tamaña tarea. Casado, la vicepresidenta, Andrea Levy, Maíllo, Maroto, Hernando...
Para ver si cuela, desde Moncloa ya han confirmado que el próximo lunes por la noche Rajoy será entrevistado en Televisión Española (TVE) por la periodista Ana Blanco y doce ciudadanos cuyas preguntas habrán sido grabadas previamente. Además, desde el PP también parecen dispuestos a aceptar un debate cara a cara con Pedro Sánchez. El plasma se queda pequeño.
Sánchez: Huir del 'Manolete, para qué te metes'
En el PSOE ya han movido ficha. Arriesgado, pero inevitable. Tanto el secretario general del partido, Pedro Sánchez, como el secretario de organización y coordinación de la campaña electoral, César Luena, están abiertos a "debatir de todo, con todos y sin cortapisas", según las palabras del propio Sánchez. Es más, Luena incluso ha enviado una carta a otros partidos en la que propone un debate múltiple. Contando a Ciudadanos y a Podemos, suman 16 formaciones. No hay plató que lo soporte.
Ahora bien, los socialistas tampoco han confirmado si Pedro Sánchez será el protagonista del esperado debate a cuatro con los líderes emergentes, ni tan siquiera si se aceptará un formato como ese o se buscarán alternativas más plurales en las que se pueda cambiar rápidamente la mirada hacia otro atril en el caso de que interese.
¿Por qué a cuatro?
Como es lógico, el resto de formaciones políticas con representación parlamentaria ya han puesto el grito en el cielo, encabezadas por la Izquierda Unida de Alberto Garzón y por la UPyD de Andrés Herzog. Ellos también reclaman su cuota de pantalla, y razón no les falta.
De que tendrán su oportunidad no cabe la menor duda, pero todo apunta a que el prime time de las privadas será territorio reservado para los cuatro gallitos del corral. Y así es muy difícil llegar al electorado.
El precedente: Aguirre contra todos
Esperanza Aguirre nunca ha escondido que quizás se equivocó al aceptar aquel legendario maratón de debates uno para uno en Telemadrid. Su cara a cara con Manuela Carmena lo petó en redes sociales y los vídeos de greatest hits en los que la lideresa no quedaba precisamente en buen lugar inundaron muros y timelines. El resultado es de sobra conocido y conviene aprender de los errores.
También en la campaña catalana se experimentó con varios debates nada menos que a siete, con todos los candidatos dándose cera a diestro y siniestro. Meses antes, los electores andaluces se quedaron con las ganas de ver a Susana Díaz batirse en duelo con las fuerzas emergentes. Juzgando ambos resultados, parece que al poder vigente no le sientan bien los debates con las fuerzas renovadoras.
Lo que está suficientemente claro es que Albert Rivera y Pablo Iglesias harán todo lo posible por abonar el terreno en el que mejor se defienden: el televisivo. Tanto PP como PSOE tendrán que ingeniárselas para sortear el envite sin que se note demasiado que lo único que buscan es que el tiempo de la campaña pase lo más rápido posible.
Tal vez en el nuevo tiempo político abierto en canal, aún efectista y superficial pero un poco menos cautivo, acabe por hacerse buena la frase del genetista y escritor francés Albert Jacquard cuando dijo que "el debate permanente es el único antídoto contra la manipulación de la opinión". Las quejas en taquilla.