
Los carburantes llegan a las puertas del Puente de Mayo con una subida promedio de tres céntimos sólo en este mes de abril. Como resultado, el precio de la gasolina se sitúa en 1,26 euros por litro, mientras que el gasóleo se encaramó a los 1,17. En ambos casos, se trata de máximos de los últimos cuatro años para el que no cabe buscar otro culpable que la transmisión fiel al mercado del encarecimiento que experimenta el crudo.
No en vano el barril de oro negro ronda en las últimas semanas niveles que no se veían desde finales del año 2014. Es cierto que esta escalada debe mucho a factores puramente coyunturales, como las amenazas diplomáticas que Donald Trump dirige a un productor de tanto peso como Irán. A ello se suma una reducción más fuerte de lo esperado en las reservas de crudo de EEUU.
Sin embargo, sería un error creer que el alza del petróleo es un fenómeno pasajero. Después de un año de su entrada en vigor, el acuerdo entre la OPEP y Rusia para bajar coordinadamente el bombeo está dando frutos. Es más, Arabia Saudí se muestra satisfecha ante los resultados y todo apunta a que abogará por mantener las limitaciones a la oferta en la reunión del cártel petrolero de junio.
En un escenario así resulta probable que el crudo acabe fluctuando entre los 80 y los 100 dólares. De ese modo, se reforzará la tendencia alcista de los carburantes que, en España, hará que se vuelvan a encarecer otros dos céntimos de media antes de que termine el Puente. Conviene vigilar los efectos adversos que esas subidas pueden tener sobre el consumo y el conjunto de la demanda interna, en un momento en el que, como el BCE advirtió ayer, la economía europea muestra ya cierta moderación en su avance.