
La prima de riesgo española cayó por debajo de los 84 puntos básicos. Para hallar un registro tan bajo hay que remontarse a 2010, antes de que se desatara la crisis de la eurozona, que llevó el cupón que los inversores exigían al bono a cotas superiores a los 600 puntos.
Sin duda, si la prima de nuestro país está precisamente ahora tan baja se debe en parte al funcionamiento del mercado de renta fija. La prima mide el diferencial entre el interés de la deuda de un país y el que ofrece el Bund alemán. Las expectativas de que el BCE normalice su política monetaria antes de lo previsto provocan ventas de bonos alemanes, lo que impulsa su rentabilidad al alza y estrecha la diferencia que mantiene respecto a la deuda de Estados como España.
Ahora bien, resultaría muy equivocado atribuir toda la caída de la prima de riesgo a cuestiones técnicas. Actuar así equivale a minusvalorar circunstancias como la subida de la calificación crediticia que Fitch otorgó a la deuda española la semana pasada, o el hecho de que el Ibex 35 lleva semanas acortando distancias respecto al resto de índices europeos. Son síntomas de que las incertidumbres sobre la economía española se disipan.
Es cierto que hay quienes se afanan en avivarlas, como el expresident Carles Puigdemont, deseoso de recuperar protagonismo con su viaje a Dinamarca. Es más, el FMI se muestra cauteloso y rebaja una décima la previsión de avance del PIB español, hasta el 2,4 por ciento en 2018. Sin embargo, puede afirmarse que, ante los mercados, la posibilidad de que se revitalice un procés, que, sigue sin tener ningún reconocimiento internacional pesa mucho menos que la capacidad de las instituciones españolas para restablecer la normalidad, o que las altas expectativas de crecimiento económico.