
Pedro Sánchez ganó las primarias a las que el PSOE se vio abocado, tras el mal resultado de las elecciones generales de junio de 2016. Pero ni los reveses electorales acabaron con la sintonía que Sánchez mantiene con la militancia la cual, tras una alta participación del 81%, brindó al exsecretario general el 50,2% de los votos y la victoria en todas las autonomías salvo Andalucía, Aragón y País Vasco.
Ahora bien, su más directa rival, Susana Díaz, obtuvo un 40 % de los sufragios a los que, si se suma el 9% del tercer candidato (Patxi López), arroja la fotografía de un partido dividido por la mitad, en el que será muy difícil acabar con las luchas internas. Pero la victoria de Sánchez aún puede tener efectos de mayor hondura más allá del PSOE.
Una vez que la actual gestora le ceda el poder, tras el Congreso que el partido celebrará en junio, lo previsible es que el PSOE recupere el atrincheramiento contra el Gobierno de Mariano Rajoy, que a punto estuvo de impedir su investidura y provocar nuevas elecciones. Es más, resulta factible que los socialistas vuelvan a verse tentados a acercarse a Podemos. Ante este panorama, es cierto que el Ejecutivo cuenta con la fortaleza de haber evitado el rechazo a los Presupuestos de 2017 y se asegura un año con margen de maniobra.
Ahora bien, es igualmente verdad que, en la toma de toda decisión posterior, seguirá necesitando el apoyo de varios partidos, entre los que Ciudadanos tendrá especial importancia. Muy probablemente, esa dinámica de delicadas negociaciones supondrá, en el futuro más próximo, paralizar la acción política. Y, finalmente, en el medio plazo, existe el riesgo de que tan compleja situación desemboque en otras elecciones anticipadas.