
El pasado fue un año para recordar en el sector inmobiliario español. No sólo se distinguió como el tercero consecutivo en el que el precio de la vivienda creció. Además, 2016 presenció el mayor incremento de esa variable (un 4,7%) desde 2007, es decir a las puertas del estallido de la burbuja. Los expertos, por tanto, se sienten tentados de dar por cerrada la cuarentena del sector que, posiblemente, durante más tiempo ha sufrido la crisis comenzada hace casi diez años.
No es la primera vez que se divulga ese vaticinio y ha sido frecuente que la realidad lo desmintiera. Ahora bien, en 2016, se han dado circunstancias que permiten sostener el optimismo. En particular, el avance de los precios en Madrid, Barcelona y las zonas costeras más demandadas ronda ya el 9%. Se trata de una tasa de envergadura, capaz por sí sola de compensar los tímidos encarecimientos que aún presentan otros territorios (las dos Castillas especialmente) y de seguir remolcando hacia arriba el promedio general.
Ahora bien, lo realmente fundamental para el sector es que la recuperación de los precios se produce sobre unas bases más fiables que aquéllas que la economía mostraba en 2007. Entonces, España estaba sumida en una burbuja de crédito, alimentada por unos tipos de interés reales negativos.
En la actualidad, por el contrario, el ladrillo despierta al calor de la recuperación económica y del descenso del paro. Existen, además, otros factores capaces de prevenir alzas excesivas de los precios, como el alto stock de vivienda nueva aún por venderse. El inmobiliario, por tanto, muestra un mayor equilibrio, lo que lo sitúa en condiciones de volver a contribuir, de forma sostenible, al avance del PIB.