
El día posterior a la celebración del referéndum constitucional italiano, y a la dimisión del primer ministro Matteo Renzi, estuvo lejos de caracterizarse por el pánico. Muy al contrario, los mercados europeos borraron las pérdidas iniciales y cerraron con avances (del 0,67% en el caso del Ibex 35).
No se trata de una reacción caprichosa. En primer lugar, las bolsas llevaban semanas descontando que la consulta se saldaría con un revés para Renzi, en forma de rechazo a su propuesta de reducir el poder del Senado. Además, aún actúa una fuerza estabilizadora de primer orden, como los estímulos del BCE.
De hecho, todo apunta a que el eurobanco confirmará el jueves la prolongación de sus compras masivas de activos más allá de marzo. Pero, sobre todo, influye la convicción de que las opciones de futuro para Italia no se reducen a la convocatoria inminente de unas elecciones, en las que el populismo avanzaría. Es más, esa posibilidad está casi vedada por la dificultades que plantea el hecho de que la reforma de la ley electoral quedó a medias.
La elección de diputados para el Congreso se sujeta a una nueva norma que el fracaso del referéndum ha hecho imposible extender al Senado. Por tanto, lo más probable es que el país ahonde su tradición de Gobiernos tecnocráticos y recurra a un Ejecutivo de transición, para cuyo liderazgo se barajan nombres de prestigio, como el del ministro de Finanzas, Pier Carlo Padoan.
Es un escenario tranquilizador que, sin embargo, no debe impedir extraer lecciones. El fracaso de Renzi, como el de David Cameron, enseña lo peligroso que resulta el aventurerismo en el que se está sumergiendo la política de la UE. Perseverar en tan temerario camino acabará costando muy caro al proyecto europeo.