
Las fuertes caídas de los índices que miden la actividad económica británica en sectores servicios y manufacturero fueron la confirmación que necesitaba el Banco de Inglaterra (BoE) para bajar los tipos de interés por primera vez en siete años, hasta el 0,25%. Esta tasa es la más baja en los 322 años de historia de la entidad, lo que refleja lo preocupante de la situación económica del Reino Unido.
Para evitar males mayores, el BoE ha sacado toda la artillería de medidas de estímulo que tiene a su disposición. Para empezar, sugiere que volverá a rebajar los tipos a final de año si fuera necesario. Además, amplía su programa de compra de activos en 71.500 millones de euros, incluyendo una partida de 11.800 millones, destinada a la adquisición de bonos corporativos. De esta forma, la deuda de las empresas se suma a la de bonos soberanos, lo que servirá de estímulo.
Todas estas medidas que van en contra de la ortodoxia de la entidad son acertadas y tratan de evitar que el país entre en recesión. Al mismo tiempo, los políticos tendrán que colaborar para conservar la mayoría de acuerdos comerciales con la UE. Pero nada de esto hubiera sido necesario sin el Brexit.
El sorprendente 'sí' de los británicos a abandonar la UE ha impactado de lleno en la economía del país y habrá que estudiar las consecuencias para el resto de Europa, porque las habrá. De momento, el BoE se ha visto obligado a rebajar la previsión de crecimiento para 2017, del 2,3% al 0,8%. También rebaja la perspectiva para 2018, del 2,3% a 1,8%. La de 2017 es la mayor revisión a la baja desde que empezaron las predicciones en 1992 e indica que las consecuencias del Brexit no serán pasajeras. A medio plazo, la economía británica seguirá notando sus perniciosos efectos.