
El debate de investidura de Pedro Sánchez ya tiene fecha, 2 de marzo, pero el líder socialista sigue viendo cómo los partidos cuyo apoyo necesita le niegan el respaldo, planteándole órdagos. El fin de semana, el PNV reclamó la creación de una Seguridad Social propia para el País Vasco y Navarra, lo que rompería la caja única del sistema. Pero ha sido Podemos el partido que ha querido tensar al máximo la cuerda.
Su propuesta de programa de Gobierno, presentada ayer, se complace en seguir traspasando líneas rojas tan claramente marcadas por los socialistas, como la negativa a celebrar un referéndum de independencia en Cataluña. Con ello, su líder, Pablo Iglesias, demuestra que está más interesado en halagar a la facción de su partido liderada por Ada Colau que en posibilitar un pacto.
Pero, sobre todo, Podemos se siente fuerte como para imponer a Sánchez una ingente elevación del gasto público, 96.000 millones en cuatro años, que se financiará sobre todo (como era previsible) con subidas del IRPF para las rentas altas, de Sociedades para las empresas y con la eliminación de incentivos fiscales.
Sin duda, Podemos, se mantiene fiel a su programa; es más, Iglesias no se ha separado un milímetro de la desafiante propuesta que lanzó a Sánchez en enero y sigue exigiendo la Vicepresidencia y el control de organismos clave del Estado.
Nada cambió, por lo que resulta inaudito que Sánchez se haya prestado a ser otra vez humillado en público mediante una nueva demostración de fuerza. De esta última, sólo cabe concluir que, si Sánchez se empecina en incurrir en el que sería más grave error (pactar con Podemos), el PSOE está condenado a su desaparición, al tiempo que compromete el futuro de todo un país.