El fantasma del escándalo Volkswagen (VW) volvió ayer a despertarse en Europa, en este caso, motivado por una automovilística francesa: Renault. Sus títulos llegaron a desplomarse un 20% en la Bolsa de París, después de que se conociera la investigación a la que fueron sometidos sus motores por parte de las autoridades galas.
El paralelismo con VW era inevitable, en la medida en que las pesquisas estaban destinadas a descubrir si Renault monta en sus automóviles dispositivos que camuflan las emisiones contaminantes. Pero ahí se terminan las semejanzas.
Mientras los controles sí descubrieron el trucaje de los diésel de la firma alemana, destinado en este caso a simular el cumplimiento de la normativa de EEUU, en Renault, por el contrario, no se ha encontrado ningún dispositivo semejante.
El propio Gobierno francés se esforzó en dejar claro que las irregularidades halladas se limitan a "excesos" en los niveles de dióxido de carbono y de óxido de nitrógeno. Pero ni siquiera esas palabras permitieron que las acciones de la empresa investigada se recuperaran totalmente, ya que cerraron con una caída del 10,28%, arrastrando en sus descenso a más firmas del sector, originarias de otros países europeos como la italiana Fiat o la alemana Daimler.
Queda así demostrado hasta qué punto las sospechas todavía pesan sobre el conjunto del sector automovilístico del Viejo Continente, aun cuando no existe ningún indicio que permita extrapolar las malas prácticas de Volkswagen a otras marcas. Conviene disipar cuanto antes toda desconfianza hacia un sector fundamental de la economía europea, sobre todo en un momento en que esta última aún lucha por superar su estancamiento, inmersa en un contexto internacional difícil.