Editoriales

El turismo, blanco del terrorismo

Dentro de la lógica aberrante del terrorismo, constituye una objetivo irrenunciable la distorsión de las costumbres más cotidianas de las personas a las que ataca. Viajar y hacer turismo se encuentran entre los hábitos preferidos de los ciudadanos occidentales y, por ello, no es casualidad que, más allá de las derivadas geopolíticas, el islamismo decidiera golpear en el corazón de la ciudad más visitada del mundo, París, y se ensañara en lugares de ocio: restaurantes, un estadio de fútbol o una sala de conciertos.

Tampoco es casual que, en el transcurso de una sesión bursátil en la que se evitó todo pánico (el Ibex 35 incluso se elevó un 0,13%), el subíndice turístico del Stoxx 600 fuera el más bajista de la jornada, con una caída del 1,31%. Esa mengua aún es menor al 4% registrado el día posterior al ataque contra las Torres Gemelas en EEUU, lo que no debe ocultar el hecho de que el terrorismo ha entrado en una nueva deriva en su estrategia, situando el turismo entre los objetivos prioritarios.

La dolorosa experiencia en el norte de África antes del verano así lo demuestra. España siempre ha estado en el punto de mira del yihadismo por el delirio fanático que asocia su territorio con el de la antigua Al-Ándalus, y por su decidido, y necesario, apoyo a la lucha internacional contra el terrorismo. Ahora, sin caer en alarmismos, es necesario reconocer que nuestra posición como uno de los destinos favoritos del turismo nos coloca aún más en el blanco. España cuenta con todos los medios para ser considerado seguro, según los más exigentes estándares. Urge poner todos los medios para que un sector clave de nuestra economía no se sienta en ningún caso indefenso.

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