La renta fija, especialmente en Europa, está a punto de cerrar un año en el que ha estado sometida a unos vaivenes casi sin precedentes. Los bonos en el Viejo Continente vienen experimentando una tendencia al alza de sus precios (y, por tanto, a la baja en la rentabilidad que ofrecen) que algunos expertos consideran vigente desde hace 30 años, con breves paréntesis como la crisis del euro en 2012.
A principios de 2015, la expectativa de que el BCE iniciaría su primer programa de flexibilización cuantitativa (basado en la compra masiva de activos, sobre todo deuda pública) atizó aún más el hambre por la renta fija, hasta que la burbuja estalló en mayo pasado. Se produjo un verdadero derrumbe de los precios, cuyos ecos se han sentido hasta los últimos dos meses, cuando se ha vuelto a imponer la tendencia contraria. No en vano, en el mencionado periodo, los bonos europeos a 10 años se han revalorizado un 4% de media, con picos del 5% en el caso de la deuda española.
De nuevo, se observa la influencia del BCE y de la expectativa, confirmada la semana pasada, de que terminará el año anunciando nuevos estímulos. Esa circunstancia, junto a la incertidumbre que pesa sobre la economía mundial, inyecta más combustible en el mercado de renta fija, por lo que es posible afirmar que el bono se halla en su tercer cambio de ciclo en tan sólo un año y las revalorizaciones pueden tener continuidad en los próximos meses. Ahora bien, los inversores deben tener en cuenta que es difícil que se repitan situaciones insólitas como las vividas a inicios de año, cuando se llegó al extremo de que prestar dinero a 10 años vista a Alemania no suponía ninguna remuneración.