La legislatura quedó ayer simbólicamente cerrada tras el Consejo de Ministros que convocó las elecciones de diciembre. Termina así un periodo que empezó con una España en recesión, camino de los 6 millones de parados, un déficit público superior al 10% del PIB y, lo que es aún más grave, al borde del rescate financiero. Cuatro años después, España crece como antes de la crisis, pero esquivando los desequilibrios de ese periodo, como el alto déficit exterior o la burbuja inmobiliaria.
Es lícito que el presidente mariano Rajoy, al término de tan difícil proceso, se atribuya méritos, en especial evitar el mencionado rescate o haber propiciado reformas urgentes, como la del mercado laboral que "en 2015 hará posible la mayor reducción del paro de su historia", como ayer remarcó el jefe del Ejecutivo. Pero Rajoy, en su discurso en Moncloa, rebasó el justo balance de una acción de Gobierno que, sin carecer de insuficiencias, ha conducido a una mejora patente de la coyuntura.
No en vano, en claro tono preelectoralista, el presidente se presentó como el único garante posible de la "estabilidad" de España. La estrategia del o yo el caos sirvió a Adolfo Suárez para ganar las elecciones de 1979, pero el contexto actual es radicalmente diferente. Con el populismo de izquierda ya limitado a ocupar el lugar que IU deja vacante, y la actual pujanza de una nueva opción de carácter moderado, Ciudadanos, Rajoy no puede hacer de la estabilidad su patrimonio.
Aunque ni PP ni PSOE alcancen mayoría suficiente para gobernar, la posibilidad, abierta a ambos, de pactar con el partido de Albert Rivera, es también una garantía de fiabilidad, aun cuando el actual presidente quede fuera de esas alianzas.