
El Eurogrupo extraordinario de ayer supuso todo un portazo al primer ministro griego, Alexis Tsipras, en la medida en que los ministros de Finanzas de la Unión Monetaria acordaron no tomar decisiones hasta la celebración del referéndum del día 5. Es una demostración de firmeza ante los vaivenes tácticos de los que quiso volver a servirse Tsipras, quien por la mañana remitía una carta a sus socios en la que aceptaba la mayor parte de la propuesta que rechazó el viernes pasado para, poco después, asegurar que mantenía la consulta del domingo y animar a que los griegos votaran no a los ajustes.
Pero, además, la Unión acierta al dejar que el primer ministro se estrelle contra los resultados de su propio referéndum en el que, lo más probable, es que el país se vuelque en dar una respuesta afirmativa. No sólo las encuestas respaldan esa previsión; las protestas en la calle, la unión de la oposición a Syriza o la postura de los medios de comunicación también apuntan a la victoria del sí. Pero, sobre todo, la mejor campaña, en contra de sus propios intereses, la ha orquestado el mismo Tsipras al hacer que los griegos sufran, en primera persona, las consecuencias de un corralito financiero, haciendo cola ante los cajeros automáticos y experimentando los efectos del desabatecimiento.
El jefe del Ejecutivo se ha visto atrapado en su propio órdago, mientras condena a sus ciudadanos a las contradicciones de seguir perteneciendo a una unión monetaria y, al mismo tiempo, estar aislados de sus socios. En paralelo, la victoria del sí que las instituciones europeas esperan constituirá un refuerzo para el proyecto del euro en conjunto, ya que demostrará su capacidad de doblegar a los populismos.