
En el día en el que expiraba el segundo rescate europeo para Grecia; el mismo en el que tenía que satisfacer un vencimiento de 1.600 millones de euros con el FMI, y a sólo cinco jornadas del incierto referéndum que se celebrará el domingo, Atenas tuvo ocasión de salir del atolladero. Por la mañana, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, reiteró a Grecia la posibilidad de extender el segundo programa de auxilio con la aportación de 15.500 millones.
El Gobierno del primer ministro Alexis Tsipras respondió, posteriormente, una contraoferta maximalista, consistente en la puesta en marcha de un tercer rescate de dos años de duración, del que quedaría excluido el Fondo Monetario, y en el que se incluiría una reestructuración de la deuda.
En otras palabras, Tsipras quiso, de nuevo, conducir las negociaciones al terreno en el que se encuentra más cómodo: un debate político restringido a los acreedores europeos, que suponga una quita de su pasivo. La propuesta helena quedó rechazada en el Eurogrupo extraordinario que se celebró para discutirla, de modo que la reunión sólo sirvió para que el ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, asegurara que no se iba a producir el desembolso destinado al FMI.
Hoy vuelve a ser un día crítico, en el que el único prestamista de los bancos griegos, el Consejo de Gobierno del BCE, celebra su reunión mensual y el Eurogrupo lleva a cabo un nuevo encuentro de emergencia. Tanto Varoufakis como Tsipras deben tomar consciencia de que encontrará las posiciones más alejadas que nunca y que se enfrentan a la última oportunidad de evitar un impago soberano de consecuencias imprevisibles, sobre todo, para la economía helena.