Las sucesivas alzas del IRPF y del IVA aprobadas desde el inicio de la legislatura tuvieron un efecto mínimo sobre las cuentas del Estado y muy negativo sobre la actividad económica. Entre 2012 y 2013 las decisiones del Gobierno sólo ayudaron a subir los ingresos del Estado en 1,6 puntos en relación con el PIB. En términos absolutos representa un incremento de recursos de 16.000 millones frente al ajuste de más de 23.000 millones que hubo que realizar para reducir el déficit en ese tiempo.
Las subidas impositivas tampoco han servido para reducir la deuda pública que siguió creciendo hasta situarse en el 100% del PIB. La reforma fiscal, que entrará en vigor en 2015, pretende revertir la situación pero en la previsiones del Ejecutivo enviadas a Bruselas se ve que la atonía de los ingresos se mantendrá por lo menos hasta 2017.
Ser el octavo país que menos recauda entre los 28 de la UE y el que menos lo hace por IVA es un demérito, que indica el grave problema tributario que tenemos. Ello incrementa el esfuerzo que se debe hacer para corregir nuestros desequilibrios y nos enreda en un círculo vicioso que hubiera sido preciso atajar desde el primer momento.
Se optó por el camino equivocado de subir impuestos y esto al final ha conducido al Gobierno a una encerrona. Hacienda ha promovido una reforma fiscal descafeinada al tener las manos atadas por los compromisos de déficit y deuda, con lo que será difícil solucionar los problemas de fondo del sistema impositivo. No obstante, el cambio aprobado sí puede incentivar la actividad económica y ayudar a recaudar más. De nuevo las cifras demuestran que las subidas de impuestos pervierten su objetivo y no funcionan.