Economía

La sucesión de May endurecerá la retórica de un 'Brexit' ya caótico

Theresa May, primera ministra británica ahora en funciones. Imagen: Reuters.

La crónica de una dimisión anunciada en Reino Unido ha supuesto el pistoletazo de salida para la carrera sucesoria que decidirá no solo quién liderará el Partido Conservador, sino al responsable de desbloquear el Brexit, tras el fracaso de Theresa May.

Asumido su ya inevitable epílogo político, la primera ministra británica ha fijado para el 7 de junio el cese oficial de sus casi tres años de mandato, si bien permanecerá en el Número 10 hasta que el relevo quede completado antes del receso estival. La aspiración es saldar el proceso en seis semanas, con el objetivo de garantizar margen para que el nuevo mandatario pueda rediseñar su estrategia para el divorcio, que sigue fijado el 31 de octubre.

Dada la constricción del calendario, Bruselas ha querido transmitir al sucesor de May un claro mensaje: el acuerdo de divorcio no se reabre, sobre todo, ante la posición de favorito de Boris Johnson, quien antes del referéndum se había entregado a la causa pro-Brexit, según sus críticos, menos por convicción y más como un cálculo político para lograr la ambición que ha guiado cada movimiento de su carrera: seguir los pasos de su idolatrado Winston Churchill y mudarse a Downing Street.

Transcurridas apenas horas del emocional anuncio de May en el umbral del Número 10, el propio Johnson se encargó de justificar la rápida intervención comunitaria con un posicionamiento temerario. El exministro de Exteriores, quien había dimitido en julio por su disconformidad con la propuesta de divorcio auspiciada por la premier, aseguró ayer que la ruptura tendrá lugar el 31 de octubre, "con o sin acuerdo", una frase que, dada su popularidad entre la militancia, responsable en última instancia de elegir al próximo líder, indudablemente marca la senda por la que discurrirá la pugna por la residencia oficial.

Viejas promesas

El problema es que, con una aritmética parlamentaria idéntica a la que ha hecho caer a May y una Cámara de los Comunes transformada en reinos de taifas, su promesa amenaza con regresar para atormentarlo como aquel desafortunado "un no acuerdo es mejor que un mal acuerdo" jaleado por la todavía primera ministra durante la luna de miel que siguió a los meses posteriores a su ascenso al poder, un período que pronto daría paso a la acritud y al aislamiento que han acabado por forzarla a marcharse con su misión incumplida.

Las lágrimas que ayer no pudo contener en el anuncio de su despedida suponen la metáfora más trágica de un mandato sentenciado desde el principio. Su aspiración inicial de contentar al núcleo duro tory, para sacudirse las suspicacias que generaban sus credenciales pro-permanencia, provocó la alienación de un importante contingente de su partido, que quedó huérfano de liderazgo. Su mayor error, no obstante, fue creer que podría sofocar la repulsa que la Unión Europea generaba en los eurófobos, para quienes ninguna solución sería suficiente si no pasaba por una salida no pactada.

Tras los tres rechazos de Westminster a su plan, con derrotas históricas para un Gobierno en la era moderna, su apelación al compromiso no solo no convenció a quienes acabó tendiendo la mano, los moderados de su partido e, inevitablemente, la oposición laborista, sino que enfureció todavía más al insaciable frente anti-Bruselas. Como resultado, su gabinete le dio la espalda, un golpe de gracia que ningún mandatario, ni siquiera uno con la resiliencia de May, puede superar.

La derecha británica quiere pasar página cuanto antes, consciente del daño que la parálisis ha causado en la marca tory, como se prevé que evidencien los resultados de las elecciones europeas, que se darán a conocer mañana por la noche, cuando se hayan celebrado en toda la UE.

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