
Theresa May ha intentado desalentar las llamadas a un segundo referéndum en materia de Brexit con la advertencia de que implicaría reabrir la negociación con la Unión Europea que tanto ha costado culminar. Su aviso, sin embargo, podría provocar el efecto contrario, puesto que, dada la insatisfacción generalizada ante el acuerdo sellado el domingo, el apetito por una nueva consulta no haría más que aumentar.
Esta nueva vuelta de tuerca al debate forma parte de la campaña orquestada para persuadir a Westminster de la conveniencia de evitar la mayor crisis institucional en Reino Unido en la historia moderna. Su eficacia, con todo, continúa siendo discutible. La alternativa por defecto ante un no en la Cámara de los Comunes el día 11 es la ruptura sin acuerdo y ni siquiera las estremecedoras previsiones sobre el impacto de la misma facilitadas por Gobierno, banco central y numerosos grupos de estudio independientes han bastado para desecharla, ni siquiera por parte de May.
Ayer mismo, en comisión parlamentaria, la premier sugirió que si el acuerdo es rechazado, activará íntegramente la preparación para un desenlace no pactado. Con todo, quiso dejar un aviso a navegantes: de confirmarse el panorama actualmente considerado ineludible, "obviamente se tendrán que tomar decisiones" y "algunas personas deberán adoptar pasos prácticos en relación al no acuerdo", una críptica amenaza que sugiere la implementación los planes de contingencia, al tiempo que deja la puerta abierta a las múltiples combinaciones que generaría un rechazo en Westminster.
La del segundo referéndum continúa siendo anatema, no solo porque los británicos ya expresaron su visión en junio de 2016, sino por la "paradoja" que obligaría a extender el Artículo 50 que inició la carrera de dos años para el divorcio y, con ello, obligaría a renegociar lo pactado. "En ese punto, el acuerdo podría ir en todas las direcciones", advirtió. No en vano, dada la normativa electoral, el plazo mínimo para una nueva consulta serían 22 semanas, lo que implicaría superar el 29 de marzo, Día del Brexit.
Su estrategia, de momento, no recaba réditos y ni siquiera el cable del Banco de Inglaterra ayuda, sobre todo, porque, a su pesar, se ha convertido en blanco de críticas que lo acusan de parcialidad para favorecer la ruptura que prefiere, tanto, que sus diagnósticos han sido bautizados por los eurófobos como "proyecto histeria". Mark Carney insistió ayer en alertar de nuevo sobre un desenlace sin acuerdo y calculó que más de la mitad de las empresas no están preparadas.
Adicionalmente, el referéndum se ha dejado notar en el flujo migratorio y si el saldo de los comunitarios es el más bajo en seis años, los movimientos de ciudadanos de fuera de la Unión Europea es el mayor desde 2004.