
La prueba de que la Unión Europea iba en serio cuando advertía a Reino Unido de que no arriesgaría la entereza del bloque por facilitar el Brexit parece haber cogido por sorpresa a Theresa May. Tras la humillación de la semana pasada en Salzburgo a manos de unos socios que la habían avisado reiteradamente de que su propuesta de salida, el 'plan de Chequers', resultaba inaceptable por menoscabar la integridad del mercado común, la primera ministra británica se debate entre una huida hacia adelante, ignorando las alertas tanto en Bruselas como en casa, o un nuevo adelanto electoral que le otorgue la autoridad perdida hace prácticamente año y medio, cuando la maniobra ya le había reventado en las manos.
El problema es que la dialéctica va más allá de su supervivencia política. A poco más de seis meses para el 'Día del Brexit', los elementos más fundamentales del primer divorcio integral en la historia comunitaria están por acordar, ya no solo entre las partes, sino en lo que se refiere al instigador mismo del abandono y, lo que es peor, con la máxima responsable del proceso instalada testarudamente en modo negación para aparentar que ignora el rechazo de su apuesta tanto en Bruselas, como en casa.
El peor de los escenarios
La deriva de la salida británica invitaba a la preocupación ya antes de la cumbre no oficial de Austria, dado el avance inexorable de un proceso con los días contados desde su activación formal el 29 de marzo de 2017 y su incuestionable complejidad política, económica, institucional y administrativa. Sin embargo, la evidente brecha entre un continente sorprendentemente cohesionado en torno a un principio fundamental, la protección de sus reglas básicas de funcionamiento, y la forzada desconexión de la realidad de quien pilota la ruptura han transformado la inquietud en temor manifiesto ante el desenlace que cada vez cobra más enteros: el de la salida caótica.
Paradójicamente, la misma May que a su regreso de Salzburgo demandaba a la UE "respeto", es una de las principales contribuidoras al que está considerado por economistas y politólogos el peor de los escenarios. Su tesón, limítrofe con la terqueza, de que la solución se dirime entre su plan, o un divorcio sin acuerdo, ha aumentado irremediablemente las posibilidades del segundo, ya que ni Bruselas va a aceptarlo, ni ella tiene siquiera claro que pueda lograr su aprobación en el Parlamento. La premier lo sabía, pero prefirió plantarse en la ciudad austriaca con la legitimidad de quien cuenta con el respaldo de la mayoría de su país y ofreció a la UE una opción binaria: su propuesta, o el caos.
Los líderes lo tenían claro antes de la reunión y su visión no iba a verse influenciada por el tono beligerante de una mandataria aislada. El resultado era esperado, aunque quizá no con la contundencia con la que el presidente del Consejo se lo hizo saber públicamente: May no aguardaba alabanzas, ni una rendición sin condiciones por parte de sus todavía socios, pero tampoco había previsto que su planteamiento recibiría una refutación tan directa, un cálculo de riesgos del que solo puede culparse a sí misma.
Desde que su gobierno lograse acordar finalmente un plan en julio, la UE había aclarado por activa, por pasiva y a todos los niveles a los que habían tenido lugar reuniones bilaterales que no podía aceptar los elementos fundamentales de la hoja de ruta británica. Pese a ello, públicamente, la primera ministra ha decidido mantener su rumbo, ignorando la oposición a ambos lados del Canal y actuando como si Chequers tuviese alguna posibilidad de supervivencia. La reacción, aunque incomprensible desde una perspectiva práctica, tiene lógica desde un punto de vista político. Este domingo da comienzo el congreso anual de los conservadores, una cita que afrontan más divididos que nunca en materia de Brexit, con May criticada en ambos extremos de la formación -eurófobos y partidarios de la continuidad-, y con su continuidad pendiente de un hilo.
Solo así puede entenderse la desconexión de la realidad evidenciada a su vuelta del continente: si la UE le había dado un mes para hallar una alternativa que evite la reimposición de una frontera con Irlanda, Downing Street calificó de "inaceptable" el rechazo a sus propuestas y exigió al bloque que facilite la suya. Interpretada en clave doméstica, la munición retórica puede ayudarle a sobrevivir a la cita con su partido, pero es complicado que actúe como palanca para desbloquear un proceso que se encamina a la puerta de salida sin acuerdo y, potencialmente, sin cabeza de mando.