Theresa May ha intentado zanjar el debate en torno al Brexit con una fórmula binaria con la que pretende sofocar la guerra civil desencadenada entre los conservadores británicos. La elección para el futuro de Reino Unido fuera de la Unión Europea se dirime entre su propuesta, el denominado plan de Chequers aprobado en julio, o abandonar sin acuerdo, con las catastróficas repercusiones que acarrearía.
La simplicidad de la oferta resulta clave para una primera ministra consciente de que una salida caótica constituye el peor de los escenarios, como ayer mismo se encargó de recordar el FMI en su análisis preliminar de la economía británica. Su directora gerente brindó a May un invaluable comodín al advertir de las "funestas consecuencias" de una ruptura desordenada, justo cuando los eurófobos están rearmando su ofensiva para desbaratar las posibilidades del documento oficial para el Brexit elaborado tras la reunión de este verano en la residencia de asueto de la premier en la campiña inglesa.
Con Boris Johnson a la cabeza, el núcleo duro anti-UE lo considera más pernicioso que tener que recurrir al paraguas de la Organización Mundial de Comercio y está convencido de la viabilidad de negociar un armazón como el que Bruselas ha establecido con Canadá. De ahí que su beligerancia haya aumentado ante la cuenta atrás en la que se encuentra el proceso, con poco más de seis meses para el Día del Brexit y prácticamente semanas para alcanzar un principio de consenso.
May sabe que tiene al enemigo en casa. La primera batalla tendrá lugar en la cumbre informal de dos días que los líderes europeos inician mañana en Salzburgo. Durante la cena de trabajo, la premier tendrá la oportunidad de defender el plan de Chequers, una ocasión clave tras el cambio de tono operado en los negociadores comunitarios, aparentemente más favorables a parte de las propuestas que cuando se habían dado a conocer en julio.
De hecho, la dicotomía planteada ayer representa una astuta maniobra, puesto que fuerza al Parlamento a elegir entre una solución que puede no generar pasiones, o asumir la responsabilidad de condenar a Reino Unido al peor de los desenlaces. Como prueba, Christine Lagarde resumió también ayer la consecuencia fundamental de una salida caótica: "Reduciría el tamaño de la economía", debido a la contracción del crecimiento, el aumento del déficit presupuestario y la depreciación de la libra.