
Tras décadas de crecimiento desenfrenado de la globalización, el descontento de grandes porciones de la población en las economías avanzadas está poniendo freno a la expansión del comercio internacional y de la integración financiera mundial. Parece que ha dado comienzo una nueva era o, al menos, la transición hacia un nuevo escenario en el que los flujos de capitales y el comercio internacional tendrán un papel menos relevante.
El voto a favor del Brexit, la victoria de Donald Trump y los aranceles, el auge de los partidos populistas que defienden el proteccionismo o el cierre de las fronteras son una clara muestra de que en las economías avanzadas hay una parte cada vez mayor de la población que no está a gusto con la situación actual.
La Gran Recesión ha podido influir en este cambio, pero quizá no sea el factor más relevante, sobre todo ahora que muchos países han cerrado su brecha de producción y han alcanzado niveles de empleo récord sin conseguir apaciguar a la población. Detrás de estos movimientos podría estar el descontento con la globalización.
Rendimientos decrecientes de la globalización
La globalización tiene límites. Un amplio trabajo publicado por el FMI en marzo destacaba que la globalización muestra rendimientos decrecientes, es decir, a medida que un país está económicamente más integrado en el mundo los beneficios de este proceso son menores. Es más, en los países avanzados más 'globalizados', incrementar aún más esta integración económica no supone ningún beneficio sobre el crecimiento mientras que sí podría suponer un aumento de la desigualdad de ingresos dentro del país.

Los beneficios de la globalización son decrecientes. Línea horizontal de 0 a 100 indica el grado de globalización de los países, mientras que el la vertical el beneficio económico // Fuente: FMI
Aunque un mayor nivel globalización no repercute apenas en el crecimiento para los países avanzados, sí se produce un incremento de la desigualdad de la renta porque los individuos que ya se econtraban en la parte alta de los ingresos se llevan una mayor parte. Aún así, ningún estrato de la población pierde renta en términos absolutos.
Por otro lado, en los países en desarrollo se ha observado que la globalización también ha beneficiado a las rentas bajas (además de las altas) sacando a millones de personas de la pobreza. "Nuestra interpretacion de estos resultados es que los datos de crecimiento y desigualdad sugieren que la desigualdad se ha incrementado por las ganancias de los ricos y no porque los pobres pierdan renta".
Esta relación entre la desigualdad de la renta y la globalización se demuetra en los países avanzados (cuya apertura al exterior suele ser muy superior a la media) que presentan una desigualdad de ingresos primaria (sin tener en cuenta impuestos y transferencias) superior a los países menos globalizados. Sin embargo, las economías más globalizadas distribuyen mucho mejor los ingresos secundarios, después de que el sector público se encargue de alterar el reparto de estas rentas.
A modo de conclusión, se puede decir que la globalización reduce la desigualdad entre países (convergencia económica mundial) y reduce la pobreza, incrementa la desigualdad de rentas dentro de los países, mientras que sus beneficios sobre el crecimiento son decrecientes a medida que el país alcanza un mayor nivel de integración económica en el mundo.
La reacción a los límites
Estos límites afectan sobre todo a los países desarrollados, cuyos niveles de integración ya son altos (no se pueden beneficiar de una globalización más intensiva) y donde las clases más bajas (el 60% de la población con ingresos más bajos) no se está beneficiando de la globalización. Estos factores han supuesto un freno a este fenómeno que podría ser el principio de una nueva era.
John Iannis Mourmouras, vicepresidente del Banco de Grecia, explicaba en un reciente discurso que "la economía mundial ha entrado en una nueva era conocida como 'post-globalización". Según este economista griego, esta nueva época podría estar carecterizada por unos flujos migratorios fuertes, una desigualdad de ingresos creciente, la creación de diferentes segmentos de población dentro de un mismo país y tasas de paro elevadas en algunos países desarrollados.
Este experto cree que un buen ejemplo de estos cambios están representados por los gobiernos populistas, como puede ser el de Donald Trump en EEUU, el voto del Brexit en Reino Unido, el nuevo Gobierno de Italia o lo que se lleva viendo hace tiempo en Polonia, Hungría o Austria.
No obstante, Mourmouras destaca que "esto no es el fin de la globalización ni una desglobalización, es un nuevo tipo de globalización con nuevos centros regionales que empezarán a ocupar sus lugares en un nuevo orden global multilateral. El cambio hacia un mundo multipolar con esferas regionales fuertes implica una reducción del papel de la globalización".
El auge de China y otros países de diferentes continentes son la prueba de que la multipolaridad se están poniendo en marcha. Estos países tendrán una relación muy estracha con las naciones de su área de influencia, pero podrían perder cierta conexión con el resto de grandes potencias y sus aliados. Hoy ya se puede ver como EEUU está aprobando aranceles contra China pero exime a sus aliados, mientras que Pekín hace lo propio.
Mourmouras avisa de que una escalada de estos conflictos comerciales "son un peligro real que pueden tener efectos negativos sobre la economía, con presiones al alza sobre los precios dado que las guerras comerciales son estanflacionarias (bajo crecimiento o recesión a la vez que la inflación crece con fuerza).
Para concluir, este experto señala que en la post-globalización el comercio y los flujos de capitales entre países tendrán un peso relativo (respecto a PIB) inferior a los presenciados antes de 2008. "La rivalidad entre la superpotencia del siglo XXI, EEUU, y la superpotencia emergente del siglo XXI, China, darán forma a esta nueva era de la post-globalización y decidirán el futuro del mundo entero".