Economía

La parálisis en torno al Brexit reabre el debate sobre el adelanto electoral

  • Los eurófobos temen que las propuestas temporales sean permanentes
La primera ministra del Reino Unido, Theresa May. Archivo.

El irresoluble acertijo planteado por el Brexit ha profundizado en las heridas del Partido Conservador hasta convertirse en un factor con tanto potencial de cohesión, como de ruptura. Las diferencias internas y la incontestabilidad de las estadísticas han paralizado a un Gobierno obligado tácitamente a reconocer su incapacidad de alumbrar un acuerdo de mínimos para el futuro fuera de la Unión Europea.

Aunque oficiosa, esta admisión resulta evidente ante la contagiosa tendencia, ya no solo reducida a Theresa May, de retrasar decisiones como receta contra el bloqueo y la reapertura del controvertido debate de si nuevos comicios generales permitirían solucionar la parálisis.

La limitada militancia de quienes se aventuran a especular con el adelanto electoral resulta menos relevante que su mera existencia. Otra cita con las urnas se antoja una tediosa perspectiva para un país que, en el último lustro, prácticamente acumula una votación por año, pero la tentación es grande ante la innegable consolidación de facciones enfrentadas en las dos formaciones con aspiraciones de llegar a Downing Street.

El elemento desequilibrador ya no es siquiera el Brexit, sino el grado de dureza que los bandos aspiran a conferir al divorcio. Las diferencias son de raíz y, un año después de la fallida apuesta electoral de May, más evidentes que nunca. Dada la fragmentación del Parlamento, prácticamente al 50 por ciento, la lógica indicaría que nuevos comicios, ahora que las cartas están sobre la mesa y se conocen las verdaderas aspiraciones de cada frente, podrían decantar la balanza e indicar a los representantes de la soberanía popular la voluntad de los sujetos que les prestan su voz y voto.

No en vano, esta había sido la intención de la premier cuando el año pasado sorprendió con un adelanto electoral que, hasta entonces, se había cansado de descartar: hacerse con la mayoría suficiente para dirigir el Brexit sin ser rehén del Parlamento. Por ello, el batacazo recibido en junio no hizo más que complicar su margen de negociación, un desenlace que, para un sector de los tories solo puede revertirse de la misma manera: con una nueva votación.

La perspectiva, a priori, semejaría más atrayente para el frente anti-UE, libre de temores ante el riesgo de que el proceso reviente sin acuerdo con Bruselas, la perspectiva que sus rivales en materia de salida ven como el peor de los males. De momento, cuentan a su favor con una economía que, aunque renquea, todavía no cuenta con distancia suficiente como para atribuir al veredicto del 23 de junio de 2016 todos los perjuicios ocasionados en crecimiento, sueldos o inflación. El tiempo solo puede volverse en su contra, por lo que su trabajo para evitar un divorcio blando ha de tener lugar ahora, o nunca.

Ante la transición pactada

Las crecientes evidencias de que ninguna solución estará lista para cuando concluya la transición pactada con la UE -en diciembre de 2020-, y la obviedad de que el grueso del futuro encaje comercial estará todavía por negociar protagonizan las pesadillas de los eurófobos. Sus suspicacias se basan en la preocupación de que cualquier arreglo con vocación temporal se consolide como la solución permanente.

Los resultados de las municipales celebradas a principios de mes, mejores de lo temido por los tories, alentaron las ínfulas de dominación, pero el apetito es relativo, dados los innegables riesgos inherentes y el irremediable hartazgo de una ciudadanía hastiada de consultas para resolver lo que sus políticos no han logrado solucionar.

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