Si el gobernador del Banco de Inglaterra (BoE, en sus siglas en inglés), Mark Carney, había sido acusado de catastrofismo antes del referéndum de junio de 2016, el resultado de la votación no le ha hecho cambiar de opinión: el Brexit ha sido negativo tanto para la economía británica en su conjunto, como para los bolsillos domésticos, que son hasta 900 libras (unos 1.025 euros) anuales más pobres de lo esperado si el veredicto de las urnas hubiese sido diferente.
Carney compareció ayer ante la Comisión del Tesoro del Parlamento británico y no se arredró ante la hostilidad de algunos de sus miembros. El recorte de ingresos señalado en los hogares se fundamenta en la comparación con las previsiones que el banco central había calculado en mayo de 2016, un mes antes del plebiscito, para un escenario de continuidad en la UE.
Desde la consulta, los británicos han tenido que afrontar la notable presión generada por una inflación en cabalgada libre, consecuencia de la severa depreciación de la libra. Carney amplió el campo de análisis al tamaño de la economía, que sería un 2 por ciento menor de lo previsto antes de la consulta, a pesar de los estímulos introducidos por el BoE, entre los que figuró una bajada de tipos a mínimos históricos, y de la bonanza experimentada por la economía global.
La brecha, declaró, es "considerable" y aunque admitió la dificultad de achacar la evolución exclusivamente al Brexit, el 23 de junio ejerció un papel clave. Como prueba, la inversión empresarial, otro de los grandes damnificados. En condiciones ordinarias, un contexto de fortaleza económica general debería haber actuado como catalizador para el sector privado. El gasto del mismo, sin embargo, fue menor del esperado, afectando seriamente tanto a la productividad como a los sueldos.
