Economía

Un espejo en el que mirarnos

Argentina debe ser un ejemplo para analizar y comprender algunos errores básicos de análisis que también cometemos a este lado del Atlántico, empezando por España.

Argentina fue uno de los países más ricos del mundo hasta la década de los 30 del pasado siglo, merced a la apertura y liberalización de su economía; cierta globalización, de la que fuimos partícipes italianos y españoles; y una estabilidad monetaria, que la colocaron en los primeros lugares del mundo, pareja a Canadá o Australia y por encima de muchas economías europeas, Francia incluida, o Japón.

Todo ello sustentado sobre la igualdad ante la ley, una división real y práctica de poderes y el verdadero respeto de la propiedad privada, establecidos en su Constitución de 1853. Sin embargo, entre 2001 y 2003, Argentina llegó a pasar necesidades muy perentorias, con pauperismo y hambrunas en algunas zonas rurales.

Los argentinos, intencionadamente animados por sus gobernantes, vinculan aquellas vicisitudes recientes con la fijación del tipo de cambio al dólar y la intervención del Fondo Monetario Internacional para financiar su economía, ante la inexistencia de otras fuentes, junto a las exigencias impuestas al país para recibir y pagar tales préstamos.

Pero también aquí la historia de proteccionismo, impagos (defaults), endeudamientos y, lo que es la causa última y principal, gastos y desenfrenos financieros por parte de gobiernos descontrolados y, en ocasiones, deshonestos durante muchas décadas (casi un siglo) colocaron a la economía argentina entre las más desastrosas, inseguras en todos los sentidos, también en pagos, y escaso respeto por la propiedad privada (recordemos que cuando el Gobierno de los Kirchner dejó de obtener ingresos de las materias primas se incautó de los fondos de pensiones ahorrados por los argentinos). Y por ello, las condiciones de sus préstamos concuerdan con su situación de solvencia, prestigio y turbación.

Los argentinos pueden interpretar la realidad como quieran. Pero si la interpretan incorrectamente o mal, seguirán obteniendo resultados pobres, distorsionados y conducentes al desastre. Como cualquier otra sociedad, no es un grupo de personas estúpidas, ni locas, ni suicidas; pero eso no los exime de cometer estupideces, locuras o disparates: en Europa podemos darles ejemplos varios y abundantes.

El actual Gobierno del presidente Macri, en condiciones iniciales duras, no se olvide, ha empezado a revertir el proceso de empobrecimiento y desorden económico y social (inflación, déficit, deuda, sacas de dinero a cuentas privadas de los políticos, asesinato del fiscal Alberto Nisman, etc.) que, con la llegada de los Kirchner al poder, se había convertido en normal y progresivo.

Macri ha hecho dos cosas que, además de ser de justicia y morales, son correctas económicamente, aunque hoy los argentinos vuelvan a errar el tiro responsabilizando de la situación a tales medidas: estableció la libertad monetaria y cambiaria que, ciertamente, con la revaluación del dólar y los procesos acontecidos ha permitido poner en jaque al peso, dado que muchos argentinos han comprado dólares para salvaguardarse; y cerró el litigio del anterior default, que llevaba abierto más de dos décadas, pagando a los tenedores de deuda que no se habían avenido a las componendas de Ernesto Kirchner.

Por cierto, se dice que Ernesto Kirchner redujo la deuda, lo que no es completamente exacto: pagó la deuda, porque temporalmente tuvo ingresos extraordinarios de los precios mundiales de las materias primas, pero no redujo las condiciones que animaban el gasto, el déficit y los endeudamientos del país, igual que antes Menem logró mantener la fijación con el dólar no porque cuadrase gastos, déficit y deuda sino porque vendía empresas públicas para obtener ingresos extraordinarios. Ambos casos son una treta.

Pero a Macri se le ha atribuido cierta lentitud, falta de decisión o mayor profundidad en sus reformas y querer congraciar a las diferentes posiciones ideológicas. Le ha faltado señalar con valentía que hay políticas y medidas económicas que están mal, son dañinas, injustas o inmorales, y perjudican el progreso y crecimiento de una sociedad y que, por tanto, no deben seguirse. Pero ha querido agradar a todos y buscar su reelección, pensando que el justicialismo (peronismo), ese agujero negro donde caben los más variados grupos, ideologías y disparates, está roto y puede absorber votos de allí. ¿Les suena de algo?

El mal de Argentina, como en Europa (Italia, Grecia, Polonia, República Checa, Hungría, Bulgaria… pero también en ascenso en Austria, Francia, España o Gran Bretaña con el Brexit), es el populismo. Un populismo que tiene su máxima expresión en aquella aberración intelectual, filosófica, natural, de iure, política (democrática) y desde luego económica, de Evita Perón: "Donde existe una necesidad, nace un derecho". Y en la que se basa todo el socialismo, desde el más radical al intervencionismo de derechas.

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