
Mientras Donald Trump amenaza (y, en la mayor parte de lo que dice, no es probable que lo cumpla) el resto de actores del tablero internacional busca recomponer sus alianzas. Entre ellos está la Unión Europea. Y, para perjuicio de los ciudadanos, sin un discurso unívoco en materia comercial e inversiones, y también en política de seguridad y defensa frente a China.
En plena confrontación con Rusia, Europa está partida en dos: los países que cooperan y no se oponen a las inversiones de China y aquellos que recelan del comercio e inversiones con ese país, prefiriendo acuerdos comerciales con terceros.
El golpe que ha supuesto la ruptura de la estrategia tradicional de acuerdos multilaterales de libre comercio por parte de China, primero, y de Estados Unidos después, no ha sido del todo bien encajado por la Comisión Europea, la cual sigue negociando tratados multilaterales con México y Mercosur. Especialmente, el abandono del TTIP y a un año de la consumación del Brexit, han roto los esquemas europeos en materia de política internacional y han profundizado las diferencias entre países que en su conjunto reciben más inversión directa exterior de China (79.000 millones de dólares en 2017) que de Estados Unidos.
La desventaja de los bloques
En este sentido, existe un primer bloque de países conformado por Alemania, Reino Unido, Portugal e Italia que ven a China como un aliado y no ponen trabas significativas a la recepción de su inversión. Sin embargo, existe un segundo bloque con Francia y España a la cabeza que recelan del poder chino en Europa y buscan limitar la compra de empresas europeas por parte de compañías chinas, especialmente si éstas son de titularidad estatal (SOEs). Es decir, tienen un planteamiento muy similar al que Trump está esgrimiendo.
Precisamente de esta visión última que sostienen instituciones como Bruegel en Bruselas o el think tank americano American Enterprise Institute ("China no es un amigo") se han impregnado los últimos documentos de posicionamiento de las relaciones entre China y la Unión Europea.
Más concretamente, la Agenda Estratégica de Cooperación UE-China 2020 sustenta en el fondo planteamientos proteccionistas hacia China, subrayando la necesidad de luchar contra lo que consideran "competencia desleal" y proteger a "sectores estratégicos" por la amenaza que puede suponer para la seguridad europea que China controle una cuarta parte de las inver- siones en redes de telecomunicaciones en Europa (dominadas por Huawei) o las industrias de tecnología de defensa, incluyendo la industria aeroespacial.
Seguridad y Defensa
Sin duda, estos temores nacen de la debilidad europea en materia de seguridad y defensa. A pesar de estar negociando una política co-mún, sigue sin haber una estrategia clara autónoma y financieramente sostenible.
Ahora mismo, solo cuatro países europeos -Reino Unido, Estonia, Polonia y Grecia- cumplen la regla del 2% de gasto en defensa que obliga la OTAN, dejando que sea Estados Unidos el que siga sosteniendo en términos financieros la Alianza Atlántica. Por ello, si no existe previamente una reasignación de los proyectos de inversión y especialmente de los fondos europeos (incluyendo al Banco Europeo de Inversiones y los 300.000 millones del "Plan Juncker"), seguirá habiendo una necesidad de financiación de sectores que las autoridades consideran como "estratégicos" que será cubierta con la entrada de capital chino en su accionariado.
Filosofía anticuada
Incluso, la propia retórica de "sectores estratégicos" es más propia de décadas atrás que de la actualidad. Cuanto más descentralizada esté una red de seguridad, más difícil podrá ser atacada y cuanto más diversificado esté el sector exterior de un país, menos vulnerable será éste.
En los últimos años, la inversión del continente europeo en China se ha estancado tal como muestran los datos recogidos por The Rodium Group en los seis primeros meses de 2017: 64.800 millones de dólares. Con lo cual, China acumula en el primer semestre del año 2017, 15.000 millones de dólares adicionales en activos netos frente a la UE. En este sentido, los países más abiertos a la inversión china en Europa son los que invierten más en China. Especialmente significativo es el caso alemán, el cual gracias a la industria aeroespacial, servicios financieros, nuevas tecnologías y a la del automóvil, protagonizan los 3.600 millones de dólares en fusiones y adquisiciones del primer semestre del año pasado.