Economía

La anarquía del Gobierno británico pone fecha de caducidad a Theresa May

  • Ni gobierna ni logra controlar la disidencia dentro de los 'torys'
Theresa May, primera ministra de Reino Unido.

La anarquía en que se halla sumido el Ejecutivo británico entorpece la mera gestión rutinaria esperada de una democracia moderna. La ínfima autoridad que Theresa May comandaba desde la debacle electoral de junio ha derivado en una pantomima política en la que el surrealismo de cada jornada supera al de la anterior. Su gabinete ha relegado la jerarquía a una práctica del pasado y, a día de hoy, importantes pesos pesados evidencian su convencimiento de que la deslealtad puede quedar impune.

La dimisión de dos ministros en una semana, las continuas salidas de tono los integrantes del Gobierno y los sucesivos escándalos ratifican la extrema debilidad de May. Incapaz de imponer disciplina interna y maniatada para despedir a quienes la han humillado públicamente, la premier se ha convertido en una líder de paja: habita en el Número 10, pero ha perdido el control de la residencia oficial.

Su mantra del "gobierno fuerte y estable", reiterado durante la funesta campaña de las generales en la que comenzó a cavar su tumba política, ha quedado como un trágico recordatorio de los réditos obtenidos por su apuesta de adelantar elecciones: un ejecutivo desacreditado y en tumulto constante, la proliferación de maquinaciones sucesorias a la vista de la ciudadanía y, como desafortunado colofón, el equipo humano más dividido en décadas al frente del mayor desafío afrontado por Reino Unido en tiempos de paz: el Brexit.

Un Ejecutivo fagocitado

El más difícil todavía semejaba inverosímil en un país con una historia política marcada por la narrativa dramática, desde el Gobierno Nacional durante la II Guerra Mundial, a la convulsa década de los 70, el magnicidio de Margaret Thatcher, o la enemistad íntima de Tony Blair y Gordon Brown en el zénit del Nuevo Laborismo. Sin embargo, en plena cuenta atrás para la salida de la UE, el Ejecutivo ha sido fagocitado por disputas internas avivadas por el descabezamiento de May, ambiciones personalistas y un Partido Conservador para el que Bruselas representa la mecha de una bomba letal.

La premier ni gobierna ni puede controlar la disidencia, consciente de que cualquier despido arriesgaría con precipitar su caída. Sin embargo, no son pocos los que en su propio grupo parlamentario le exigen mano dura. Un notable volumen de diputados sabe que el espectáculo de las últimas semanas ha menoscabado aún más la credibilidad de la marca tory. El electorado tiende a castigar la deslealtad, por lo que cualquier asalto al Número 10, y más en ausencia de un candidato natural, podría acarrear nuevas generales cuando el partido menos las necesita.

De ahí que May cuente con una mínima ventaja, si bien es difícil que sea suficiente para evitar un desahucio anticipado de Downing Street. Su cometido fundamental, evitar un divorcio caótico, es defectuoso desde el inicio mismo, debido a la imposibilidad de contentar a un gabinete fracturado en dos: el frente que propugna mantener los lazos lo más estrecho posible con Bruselas y aquel que demanda una salida limpia. Gran parte de la parálisis que la UE imputa a la estrategia negociadora británica procede, precisamente, de la incapacidad del Gobierno de ponerse de acuerdo entre ellos, por lo que, en cierto modo, el propósito de la ambigüedad intencionada de la primera ministra es retrasar lo inevitable.

Por todo ello, el último quebradero político para la delegación europea es cuánto le queda a May en el poder y si quien la reemplace acatará los compromisos adquiridos. Durante la campaña del referéndum, la actual mandataria defendió la permanencia y sólo se adhirió al Brexit por falta de alternativa, por lo que el temor es que su reemplazo proceda del núcleo duro anti-UE y sabotee todavía más un proceso ya enquistado.

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