Economía

La falta de avances para desbloquear el 'Brexit' obliga a buscar nuevas vías

  • Bruselas no autorizará el encaje comercial, pero sí hablar de transición

La negociación de la salida de Reino Unido de la Unión Europea se adentra esta semana en una nueva fase, aunque no la deseada por un Gobierno británico que ha visto cómo su reticencia a concretar la factura por el divorcio le ha costado su ambición de analizar ya en octubre el futuro encaje comercial. 

El jefe de la delegación de la UE confirmaba la semana pasada el secreto a voces de que no se cumpliría el calendario, por lo que las partes deben hallar una solución de compromiso que evite que el Brexit encalle antes incluso de evaluar siquiera la nueva relación entre quienes habían sido socios desde 1973.

Michel Barnier trasladará al Consejo Europeo de este jueves la falta de "progresos significativos" necesarios para permitir avanzar a la siguiente etapa, la que le interesa a Londres, puesto que determinará su interacción con el mayor bloque comercial del mundo. La dificultad de las conversaciones ha probado la magnitud anticipada por los más realistas y lo que aparecía ya como un tiempo limitado, apenas 18 meses para consensuar una solución, quedará más constreñido ante la incapacidad de romper el bloqueo.

Acusaciones cruzadas

Los dos bandos han atribuido al contrario la responsabilidad sobre la parálisis y las metáforas deportivas acerca de en qué tejado estaba la pelota se contagiaron hasta la propia primera ministra británica. Objetivamente, ambos son conscientes de su potencial para tensar la cuerda: Londres, porque tiene en sus manos el destino de tres millones de ciudadanos comunitarios, y Bruselas, porque sabe del perjuicio económico que puede infligir a su todavía socio si no acepta sus condiciones.

Aún y así, el pasado jueves, tras el cierre de la quinta ronda de negociaciones que ratificó, en palabras de Barnier, un "punto muerto preocupante", Reino Unido y la UE comprendieron que, ante la cumbre comunitaria de esta semana, era necesaria imaginación. El negociador jefe del Ejecutivo de Theresa May disparó primero al apelar a la flexibilidad de los líderes de los veintisiete, una arriesgada estrategia que podría resultar contraproducente si un bloque hasta ahora sorprendentemente compacto considera que Reino Unido está intentado hacer mella en su unidad. Con todo, si por algo se caracteriza David Davis, un veterano bregado en el manejo de los tiempos, es por su pragmatismo y, pese a formar parte del núcleo duro antieuropeista, el desempeño de su cometido ha revelado un realismo superior al de la media del círculo eurófobo.

Es precisamente ahí donde los cabecillas de la negociación pueden hallar un punto de encuentro. Los dos tienen en común un margen de maniobra limitado, sujetos, como están, al arbitrio de un gobierno dividido, en el caso del británico, y de los intereses encontrados de una cúpula comunitaria interesada, ante todo, en preservar la estabilidad de la Unión.

De ahí que, ante la testarudez evidenciada por Davis para concretar cifra alguna por el divorcio hasta que se hable de futuro, surja un espacio de oportunidad. La comitiva británica está convencida de que no puede estipular cuánto está dispuesta a pagar para saldar los compromisos adquiridos, sin saber al menos a qué tendrá acceso una vez iniciada la trayectoria en solitario. Por ello, Barnier estaría dispuesto a una fórmula intermedia que, sin entrar a evaluar la futura relación, sí permita comenzar a dar forma a la transición que entrará en vigor a partir de marzo de 2019.

La partida de ajedrez

Establecer los términos de un proceso que podría alargarse tanto como lo precisen sus protagonistas, para escarnio del sector antiBruselas al norte del Canal de la Mancha, debería animar a Londres a transmitir concreciones acerca de qué factura está preparado para asumir. De este modo, la partida de ajedrez en la que ha devenido el Brexit, la anticipación al movimiento del oponente, tanto como la confianza, se han convertido en factores determinantes para evitar una ruptura caótica.

No en vano, el ritmo del proceso en sí constituye una importante baza política, puesto que ninguna de las partes está dispuesta a recular antes de tiempo.

La aceptación de concesiones, necesarias en los dos bandos, supone un ejercicio de estrategia negociadora y tanto los técnicos que se encargan de los detalles más pormenorizados, como los propios Barnier y Davis, son sabedores de que los movimientos, en última instancia, corresponderán a las altas esferas, puesto que son los líderes quienes están llamados a llevarse los laureles por el desbloqueo de un divorcio inédito en la historia de Europa.

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