
Todo estaba pensado para que el acto fuera civilizado. Todo hablado para que sanchistas y susanistas escenificaran una performance de 'pelillos a la Mar' mínimamente convincente. Unos y otros sabían que nada podían ganar con una clausura del Congreso socialista de Andalucía a cara de perro y sí que había mucho que perder.
Nada castigan más los electorados que las riñas internas, nada perjudica tanto a las expectativas de una formacion que estar divididos. Ningún partido ganó jamás unas elecciones con sus dirigentes tirándose los trastos a la cabeza. Por eso, Pedro Sánchez y Susana Díaz se habían mentalizado para entrar juntos en el abarrotado salón del Congreso como dos novios que retoman su relación con recelos y sin pasión. Ignoro cuántas dosis de Omeprazol reforzado ingirieron previamente para pasar el trago pero así entraron dejando atrás en apariencia una guerra que aún tuvo mas de personal que de ideológica.
Y todo fue bien, según lo planeado. Desde el recibimiento con el público en pie y los gritos de "Pedro, Pedro" - gritos que, en honor a la verdad, solo emitieron los que se habían traído los sanchistas para hacerle el pasillo con un clavel-, hasta los gestos de buen rollo que ambos se esforzaron en hacer juntos sentados en la primera fila. Una cordialidad fría y ortopédica pero cordialidad al fin.
Sánchez había bajado del AVE decidido, como poco, a aplazar su enfrentamiento con la líder andaluza hasta las elecciones autonómicas y las generales, y la intención pareció recíproca. "Susana, tú y yo hablamos el mismo idioma", proclamaría Sánchez, "tienes mi apoyo para ganar las elecciones". El mismo apoyo y la misma lealtad que le había expresado Susana Díaz al secretario general, al que agradeció su presencia en la Isla de la Cartuja y al que mencionó, por vez primera en mucho tiempo, con nombre y apellido.
Un canto a la unidad a la que Díaz le adosó una 'adenda lapa' que lo complicó todo. "Pedro, no me hagas elegir entre dos lealtades", le espetó alto y claro. O lo que es lo mismo, que no le exija lealtad alguna que perjudique a los intereses de su partido en Andalucía o de su región.
De todo lo ocurrido el domingo pasado en Sevilla, esta breve frase fue substancial. El condicional revela no el único pero sí el mayor de los impedimentos para que puedan avanzar los intentos de sutura en la brecha socialista. El conflicto territorial, a dos meses del 1-O catalán, y las distintas visiones que suscita, según qué federaciones del mosaico socialista, llevan camino de neutralizar el positivo efecto que produjo en las expectativas del PSOE la victoria aplastante de Sánchez en el proceso de primarias. La clave está en la ya famosa plurinacionalidad. Un término que Pedro Sánchez viene manejando con calculada ambigüedad y que le está trayendo más quebraderos de cabeza de los que nunca imaginó.
Tanto es así que en la Cartuja sevillana ni se le ocurrió pronunciar el palabro en cuestión para no estropear la fiesta. Lo más que hizo fue aludir a España como "nación de naciones", idea que dijo compartir con grandes referentes políticos, socialistas o no, como Gregorio Peces Barba, Jordi Solé Tura, Miquel Roca, Chacón o el propio Felipe González, a los que citó expresamente.
La plurinacionalidad levanta ampollas en el socialismo andaluz porque allí comparten eso que José Bono repite con frecuencia de que "aquellos que quieren comer aparte es por que quieren comer mejor". Sánchez manifestó la necesidad de actuar antes del 1 de octubre y encontrar una solución para Cataluña, y en Andalucía temen que cualquier negociación que se emprenda con los nacionalistas tenga como fundamento la asimetría económica y su consiguiente merma en los reequilibrios territoriales.
Unos y otros saben que de aquí a octubre no hay margen alguno para negociar nada con los soberanistas lo que no bastó para que el núcleo duro del sanchismo se fuera mosqueado de Sevilla. Tan mosqueados marcharon que en la Comisión Ejecutiva del lunes recordarían públicamente que el debate de la plurinacionalidad fue cerrado en el último Congreso del PSOE y que todas las federaciones han de aceptarlo. Lo cierto, sin embargo, es que el término de marras no aparece en los textos que aprobaron en los Congresos regionales de La Rioja y Cantabria, además de no estar en el de Andalucía, y que en el de Valencia se apostó a tumba abierta por el "federalismo asimétrico", lo que supone sacar por el lado opuesto los pies del tiesto.
El 39 Congreso dijo lo que la dirección del PSOE quiso que dijera pero luego cada federación dice lo que le conviene, según el pulso de sus respectivos electorados. Eso fuerza a Sánchez a un ejercicio permanente de funambulismo que le resta demasiada energía. "Pedro no me obligues a elegir", le decía Susana Díaz. Y tal y como tiene el patio, qué más quisiera él que no tener que hacerlo.