
Dice Javier Solana que, en las relaciones exteriores, el 75% es química. En el tablero internacional al final todo se reduce a lo mismo que en las tablas personales. Química y sensaciones, que importan tanto en las cumbres como en los grandes partidos. Y en pocas citas Europa se juega tanto como en el próximo G20 que se celebrará en la ciudad alemana de Hamburgo este viernes y sábado.
Europa juega en casa, al mando de su gran capitana, la canciller alemana Angela Merkel, y equipada con una confianza renovada. Y en gran parte esas buenas sensaciones surgen de la buena química que exhiben la jefa de la locomotora europea y el presidente francés Emmanuel Macron, el rostro del renacer europeo.
El objetivo de la cita está claro. Europa intentará anclar el sistema multilateral actual, el mantenimiento de un comercio libre pero justo, y contagiar esa misma cooperación internacional y apertura a otras áreas como el cambio climático, el control de la inmigración irregular o la lucha contra el terrorismo.
En el campo contrario, el gran antagonista es quien hasta ahora había jugado como su principal socio. Desde que llegó Donald Trump a la Casa Blanca, EEUU coquetea abiertamente con políticas proteccionistas, ha anunciado su salida del Pacto sobre el clima de París, e incluso el controvertido líder se enzarzó en una discusión con el alcalde de Londres tras los ataques que sufrió su ciudad, cuando el resto del planeta expresaba solidaridad.
Merkel reunió el equipo europeo del G20 el pasado jueves en Berlín para exhibir la cohesión de la formación. Uno tras otro, los líderes de Francia, España, Italia, Holanda, Noruega y las instituciones europeas defendieron la apertura y cooperación del entramado actual.
"Cualquiera que crea que los problemas del mundo se pueden solucionar con aislacionismo y proteccionismo funciona bajo un enorme error", había dicho la canciller previamente en el Bundestag.
Pero, como también advirtió Macron, el comercio debe ser "justo". Porque la llegada del francés al Eliseo ha dado cuerpo político a la inquietud que lleva Europa meses rumiando sobre la necesidad de reajustar el sistema global para que juegue más a favor de los europeos.
Y en este frente el principal rival es China. El desencuentro entre Pequín y Bruselas por el comercio se llevó por delante la gran escenificación de su sintonía para mitigar el calentamiento global en la pasada cumbre bilateral. Los europeos arrastran los pies para reconocer el estatus de economía de mercado de China, como deberían hacer tras la adhesión del gigante asiático a la OMC, ya que perderían herramientas para protegerse del dumping chino en sectores como el acero. Además, el acceso restringido de las inversiones europeas al mercado chino también molesta mucho en las capitales comunitarias, que amagan con crear mecanismos para bloquear las inversiones chinas.
El comercio se convertirá así en la manzana de la discordia de la cita con los líderes del las principales naciones del planeta, y también en la vara para medir hasta que punto el sistema internacional está virando hacia posiciones menos cooperativas y más aislacionistas. Una dinámica que preocupa mucho en Europa, porque los grandes retos (clima, terrorismo, migración, comercio...) tienen naturaleza global.
Con una administración estadounidense que amenaza con imponer nuevas tarifas en multitud de sectores y productos, y que podría afectar también a Alemania, y dificultades para acercar posturas con el gobierno chino, Merkel no tendrá una cumbre sencilla. La canciller germana, descrita como la gran campeona del sistema liberal frente al populista e impredecible Trump, se juega en su casa parte importante de su crédito en vísperas de las elecciones alemanas de septiembre.
Tanto la ambición de las conclusiones finales de la cumbre, como las declaraciones de los jefes de las 20 grandes naciones, además de otros países invitados, servirá para contar las fuerzas de cada bando. Además del 'efecto Macron', Merkel llega respaldada por el buen momento económico y político europeo, con un populismo que ha perdido decibelios, y un crecimiento revisado al alza que supera al de otros grandes socios.
Acuerdo con Japón
Para intentar mantener la intensidad del momentum europeo y su defensa del libre flujo de bienes, Europa se apura en cerrar con Japón un acuerdo de libre comercio que negocian contrarreloj estos días. "Casi ya estamos", dijo este fin de semana la comisaría de Comercio, Cecilia Malmström. La sueca se desplazó hasta Tokio con su colega de Agricultura en la Comisión, para dar un acelerón final y poder sellar un acuerdo político en la cumbre con el país asáisico en Bruselas del jueves justo en vísperas del G20.
Sería el aval que busca Europa para probar que el sistema actual funciona, aunque necesita ajustes. Porque como advirtió el primer ministro de Holanda, Mark Rutte, una de las naciones más abiertas a la globalización, "necesitamos eliminar tantas barreras como sea posible, pero el libre comercio no ha beneficiado de la misma manera a todos los países y a todas las personas".
El fino equilibro entre protección y proteccionismo será parte del embrollo que intentarán resolver los líderes esta semana. Un debate que tendrá efectos en las futuras relaciones internacionales, pero también en el apoyo de sus ciudadanos al status quo de la globalización.