
La paradoja de los extraordinarios comicios del jueves es que el verdadero catalizador para su convocatoria ha quedado como una de las grandes incógnitas de la campaña. A pesar de que la salida de la Unión Europea constituye el hito de mayor relevancia política y económica para Reino Unido desde la conclusión de la II Guerra Mundial, los electores votarán en un contexto de total opacidad sobre las propuestas de los dos grandes partidos, más allá de las declaraciones de buena voluntad de su intención de hacer del proceso un éxito.
Ni siquiera la inminencia del inicio formal de las negociaciones en la semana que arranca el 19 de junio, transcurridos apenas ocho días de la cita con las urnas, ha persuadido a la clase política británica de cumplir con su obligación democrática de transmitir claridad. Theresa May, la responsable última del adelanto de unas generales que justificó en base a su necesidad de reforzar su mandato para el Brexit, se ha parapetado bajo el mantra de un liderazgo "fuerte y estable" para evitar respuestas, más allá de las ya conocidas sobre su intención de abandonar el mercado común, la unión de aduanas y la jurisprudencia del Tribunal de Justicia Europeo.
Su silencio admite cierto sentido desde el prisma de que ella misma desconoce qué margen le permitirán sus futurosex socios, pero su reiterada reivindicación de que "ningún acuerdo es mejor que uno malo" exige concreciones acerca de las líneas rojas que no está dispuesta a cruzar, sobre todo porque es difícil vislumbrar un escenario más negativo para la sostenibilidad económica, comercial y legislativa de Reino Unido que una ruptura de las conversaciones que conduzca al temido escenario del precipicio.
En consecuencia, la contradicción de su estrategia es que, pese a su intencionada ambigüedad, la primera ministra ha empleado el Brexit como arma electoral, especialmente a medida que las encuestas recortaban la amplia ventaja sobre los laboristas con la que había iniciado la contienda. Además de presentarse como la única candidata con madera para negociar en Bruselas, forjada en sus años como ministra de Interior, ha ridiculizado la capacitación de su rival, Jeremy Corbyn, de quien dijo que se encontraría "desnudo" ante veintisiete socios a quienes tendría que convencer de que permitan una "sociedad especial" con Londres.
Con sus ataques directos al líder laborista a colación de la salida, May intenta contrarrestar la ausencia de soluciones al encaje al que aspira una vez fuera del más importante mercado común del mundo, un desenlace que contrasta con la robusta vocación comercial que ha caracterizado tradicionalmente a Reino Unido. Las consignas con las que se muestra resuelta a romper, antes que aceptar términos que no convengan al interés nacional, ejercen un magnetismo especial en un sector del electorado y del aparato mediático, pero, a fuerza de repetirlas, la premier ha dejado en evidencia que desconoce qué llevaría a un escenario sin acuerdo.
Hasta ahora, estas amenazas han representado armas de campaña, más que una estrategia real de negociación, pero le hacen un flaco favor a quien, de permanecer en Downing Street, deberá hallar necesariamente consensos con las mismas instituciones a las que, hace escasas semanas, había acusado de intentar influir sobre los comicios. Por ello, su manual de campaña recoge que el jueves se decide una apuesta de país, quién tiene el potencial para defender los intereses británicos en Bruselas, no si un primer ministro tory continúa en el Número 10.
La jugada es astuta, pero la deja peligrosamente expuesta al veredicto de las urnas: cualquier resultado que no implique una notable ampliación de su hegemonía parlamentaria, objetivo último del adelanto electoral, tendría un sabor de derrota y, crucialmente, debilitaría severamente su posición ante una UE que no tendría piedad ante una mandataria vulnerable en casa y con una autoridad sustancialmente menor de la que pensaba para imponer exigencias.
En consecuencia, en materia de Brexit, a May no le sirve exclusivamente con ganar el 8 de junio: necesita hacerlo fuera de duda puesto que, de lo contrario, no solo pondría en bandeja a la UE la legitimidad para mostrar dureza, sino que amenaza con reabrir en casa las heridas todavía sin cicatrizar del referéndum del pasado año.
Así, aunque la inevitabilidad de la salida no se cuestiona, a excepción de los liberal-demócratas, el reparto de poderes que deje este jueves determinará la forma y el fondo de un divorcio al que Reino Unido concurre con todas los interrogantes por despejar.