
El cambio de retórica de Theresa May desde el arranque oficial del Brexit ha eliminado la amenaza de que "ningún acuerdo es mejor que uno malo", pero ante el contingente de euroescépticos ansiosos por una salida limpia, sin vínculo alguno con la organización a la que Reino Unido ha pertenecido durante 44 años, el riesgo de un divorcio sin concierto permanece.
El consenso general asume que los británicos sufrirían más el denominado "escenario del precipicio", pero la Unión Europea también es consciente del daño colateral de una ruptura desordenada con la segunda economía continental. Para empezar, la temida imposición de tarifas se convertiría en una realidad material que acarrearía elevados costes a las ventas a ambos lados del Canal de la Mancha, un desenlace preocupante para un país que remite a la UE el 50 por ciento de sus exportaciones.
De ahí el sutil, pero patente, giro estratégico de la primera ministra británica, que desde que mandase la carta que iniciaba la travesía de salida ha admitido posibilidades consideradas hasta hace poco como anatema. En su primera misión comercial tras invocar el artículo 50, May llegó a admitir que el libre movimiento de personas podría continuar temporalmente una vez completado el Brexit.
La mera sugerencia evidencia la ración de realidad que Londres ha tenido que digerir una vez el proceso está formalmente en marcha. Hasta ahora, la maquinaria de propaganda política podía permitirse el privilegio de apelar a las esencias de reivindicación de poderío ante Bruselas, pero una vez iniciado el divorcio, las consignas pierden sentido ante el desafío legal, regulatorio y diplomático que supondrá la primera escisión integral en la historia del proyecto comunitario.
Período transitorio
De ahí el distanciamiento tácito detectado entre la nueva táctica de la premier y la posición de los gerifaltes del frente euroescéptico que pueblan su gabinete. Frente a la confianza expresada por el ministro de Exteriores, Boris Jonhson, acerca de que pasar a funcionar al amparo de la Organización Mundial de Comercio "estaría perfectamente bien", May habla ya abiertamente de la necesidad de "períodos de implementación" para permitir a las empresas y a los gobiernos adaptarse al nuevo sistema, contando para ello con la vigencia transitoria de las pautas existentes en virtud de la pertenencia a la UE. Uno de los factores que más ha sorprendido desde el arranque oficial del Brexit es que los dramas anticipados no se han materializado.
Más allá del ruido de la siempre contenciosa cuestión de Gibraltar, tanto las ambiciones incluidas en la misiva que desencadenó la ruptura, como la respuesta inicial de Bruselas han sido recibidas con una normalidad democrática inesperada.
Popular en las encuestas
Esta naturalidad reduce el potencial de una salida sin acuerdo, pero no lo elimina. May disfruta de una envidiable popularidad en las encuestas y, sin apenas oposición del laborismo, su partido ha cerrado filas en torno a su liderazgo. Sin embargo, las grietas podrían reabrirse fácilmente una vez los eurófobos comprendan que la flexibilidad actual implicará, en la práctica, difíciles concesiones ante Bruselas.
Para la primera ministra resulta virtualmente imposible contentar a todo el espectro del país, pero cuando sea evidente que las promesas de los defensores del Brexit no se pueden materializar y que, pese a la salida, Reino Unido podría seguir mandando fondos a la Unión Europea, la temperatura aumentará inevitablemente. La primera manifestación tendría lugar en consejos de ministros convertidos en una olla a presión que podrían acabar dinamitando la cohesión gubernamental y, con ello, debilitando la posición negociadora de una mandataria en riesgo de verse atrapada entre un Ejecutivo dividido y un Parlamento convertido en un reino de taifas. Su propio ministro del Tesoro, partidario de la continuidad, ha reconocido que hay diputados ansiosos por que no haya acuerdo.