Economía

Arquitectura corporativa (IX): la nueva sede de Google, un gran circo solar

Nueva sede de Google. Google

Las grandes compañías tecnológicas están lidiando de maneras diversas con un proceso delicado desde el punto de vista de su propia idiosincrasia: salir del espacio intangible de internet para solidificar su imagen en edificios contantes y sonantes. O sea, en arquitectura corporativa.

Apple ha apostado por Norman Foster y una arquitectura hermética y autorreferencial. Facebook contrató a Frank Gehry y prácticamente le obligó a dejar de ser Frank Gehry en favor de un edificio agradable y responsable con el bienestar de sus usuarios. Amazon decidió contar con el estudio local NBBJ para una nueva sede que no se sabe muy bien lo que quiere ser.

Pero falta una. Falta la más grande y, a todas luces, la más importante. ¿Qué ha hecho Google? ¿Cómo quiere mostrarse en los mundanos parámetros del espacio tridimensional convencional? ¿Qué edificio conformará la imagen de la compañía que gobierna el destino de la mitad de la humanidad? Pues a tenor del proyecto presentado la semana pasada y, al fin, aprobado por las autoridades de Mountain View, se diría que Google pasará a la historia de la arquitectura como ni fu ni fa, ni chicha ni limoná.

Teniendo en cuenta que los productos de Google son tan indispensables y están tan implementados en nuestra vida cotidiana que han convertido a la compañía de la gran G en el ente más poderoso del mundo occidental, lo suyo sería que su nueva sede tuviese forma de, qué se yo, una pirámide maligna que disparase rayos laser a quienquiera que osase escapar a su omnipotente control.

Lo que pasa es que esto estaría muy feo. Por un lado, sería arquitectónicamente horrible y, por el otro, se colocaría en las antípodas conceptuales de la imagen esencialmente benévola de Google. Pero como tampoco han tenido las agallas de hacer un edificio lleno de máquinas de pinball y piscinas de bolas multicolores (lo que todos nos imaginamos que es el interior de unas oficinas de Google), se han quedado a medias. Es decir: megalómano sí, pero poquito. Amable, cordial y sostenible, claro, pero que se vea bien que aquí no somos una empresa cualquiera.

BIG y Heatherwick

Nueva sede de Google.

Para empezar, han encargado la sede a dos estudios de arquitectura famosos y, al menos de cara al público, prestigiosos: el danés BIG y el británico Heatherwick. Como afirmaba Dave Radcliffe, vicepresidente inmobiliario de Google, durante la presentación del primer proyecto, hace ya dos años: "Rastreamos el mundo en busca de un arquitecto especial que pudiese hacer algo realmente distinto. Y estos son los mejores de la clase. BIG realiza proyectos muy enfocados a la experiencia colectiva y urbana. Heatherwick tiene la atención puesta en la escala humana y la belleza como no he visto nunca antes. Si juntas a estas dos personas; una preocupada por la función y la forma y la otra por la belleza, consigues este equipo que hace cosas verdaderamente increíbles".

Las declaraciones, como no podía ser de otra manera, son sobre todo rimbombantes. Especialmente cuando, desde la profesión y la crítica arquitectónica, no se considera ni a Bjarke Ingels, cabeza de BIG, ni a Thomas Heatherwick, como los arquitectos más avanzados e innovadores del panorama mundial. La belleza de los proyectos de Heatherwick a veces se sitúa en la frontera de la horterada, cuando no la supera, y la arquitectura de BIG, refulgente y bombástica, apenas tiene contenido intelectual, algo no necesariamente malo, pero difícil de casar con la ambición teórica del proyecto. Es más, conociendo la carrera de Ingels, parece que sus tendencias megalómanas están bastante domesticadas. Como si Google o las autoridades urbanísticas de Mountain View le estuvieran sujetando las riendas. Porque, al final, lo que han proyectado es una carpa. Una muy grande y muy tecnológica, pero una carpa. Como la de los circos.

Nada nuevo

Nueva sede de Google.

A ver, en términos arquitectónicos, esto es una cubierta construida mediante estructuras tensadas que flota sobre un complejo de volúmenes paralelelipédicos que son los que albergarán las oficinas y el resto del programa necesario de la nueva sede. Digamos que las instalaciones las conforman una serie de edificios más bien convencionales, unificados por una gran cubierta común, de tal manera que tanto los propios lugares de trabajo como los jardines que los rodean pertenecen a una misma unidad espacial. No me malinterpreten, esto no es inherentemente censurable desde un punto de vista arquitectónico. Pero tampoco es precisamente innovador.

El mismísimo Le Corbusier ya planteaba hace casi cien años la necesidad de generar espacios abiertos y verdes entre (y en) los propios edificios. Es más, el propio concepto de invernadero a escala urbana lo había propuesto Richard Buckminster Fuller en los años 60 en su proyecto de cúpula geodésica para Manhattan; y superficies tensadas más o menos semitransparentes son las que cubrían el estadio olímpico de Munich de 1972, construidas por Frei Otto hace ya casi medio siglo.

Es decir, que cuando Bjarke Ingles hablaba de la nueva sede con estas palabras: "Al trabajar juntos y con Google puede que encontremos algo mucho más creativo que cualquier cosa que podríamos haber hecho en solitario", realmente solo estaba haciendo un ejercicio de marketing de su proyecto. Incluso de la maqueta digital de su proyecto.

El mayor panel solar del mundo

Nueva sede de Google.

Quizá se dio cuenta del parecido de su edificio con los ejemplos antes citados porque, en las primeras versiones de 2015, la carpa era semitransparente, mucho más parecida a las superficies de Otto que esta última modificación, que es la finalmente aprobada. En el proyecto final, la carpa sigue siendo tensada pero ahora está construida con piezas metálicas, permitiendo la colocación de placas fotovoltaicas en toda la extensión superior de la cubierta, dando lugar, según Google, al mayor panel solar del mundo.

También tiene sentido porque, aunque en las propuestas preliminares la nueva sede se dispersaba en varios invernaderos por el terreno, en la versión definitiva del proyecto todo el complejo se concentra en un solo espacio, de tal manera que esa cubierta solar puede trabajar de forma unificada.

Lo malo es que, al haber transformado la cubierta en un cielo opaco, la luz natural se confía exclusivamente a las grietas que separan los distintos paños de la superficie tensada. A priori, esa luz podría resbalar por el interior del complejo de forma muy sugerente. Sin embargo, quizá debido al enorme tamaño y altura libre de la obra, me temo que los arquitectos no están tan convencidos del resultado final, porque no han incluido ni una sola imagen interior del edificio en su exposición definitiva.

El resultado es básicamente una colección de imágenes renderizadas. Las fotos exteriores de una maqueta digital que, insisto, no es algo horrible y seguramente contenga espacios atractivos y eficaces. Pero poco más. Y tratándose de Google, de la compañía que ha revolucionado la manera de entender el mundo a miles de millones de personas, esperábamos bastante más.

Nueva sede de Google.
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