
El rechazo a poner en marcha el Tratado Transpacífico (TPP) por parte de Donald Trump no es ninguna tragedia para el objetivo prioritario, que es la extensión del libre comercio. En realidad, que el TPP no se aplique es más bien "crónica de una muerte anunciada" desde el mismo momento en que se empezó a negociar este macrotratado comercial.
No se trata, en este sentido, de una acción aislada o de un mero capricho del nuevo presidente americano. En esta decisión subyace una cuestión básica, que es la constatación de la verdadera efectividad de este tipo de tratados comerciales.
Si bien éste es el modelo que los países occidentales han seguido desde 1950, el nuevo escenario económico mundial está poniendo en cuestión si los macro-tratados sirven de verdad para extender el libre comercio o se trata más bien de la creación de más burocracia y más restricciones a la libre circulación de bienes, servicios y capitales.
La evidencia empírica señala de forma fehaciente las ventajas de un marco de libre comercio y el significado que tiene para la generación de riqueza tanto a nivel individual de país como a nivel agregado. Acuerdos como el de libre comercio del Norte América (Nafta) han supuesto desde su firma enormes beneficios económicos para sus miembros, los cuales han visto incrementado su PIB per cápita real medido en paridad de poder de compra en un 23% en la primera década de su implementación según los cálculos de la Heritage Foundation.
Muy diferente al Nafta
Sin embargo, el TPP no es, ni mucho menos, el Nafta o cualquiera de los acuerdos comerciales bilaterales en el Pacífico o en Atlántico, donde primero se fraguó una relación de confianza y amistad miembro a miembro y posteriormente se decidió rubricar dicha relación mediante un tratado que eliminaba tanto las barreras arancelarias como las no arancelarias.
El TPP era la antítesis de esto, ya que no sólo no eliminaba las barreras no arancelarias (por ejemplo, la regulación sanitaria, la medioambiental o las prohibiciones de determinados productos y componentes químicos como los transgénicos), sino que las reforzaba. En este sentido, más que un tratado de libre comercio, era una exposición de cuánto podían tolerar de libre intercambio y cuánto no. Y con otro agravante, como era su marcado carácter político antichino. Se trataba, por tanto, de formar un frente común contra la segunda mayor economía del mundo. Y eso, en el mundo en el que vivimos, es imposible que pueda salir bien y a las pruebas nos remitimos como es evidente el fracaso reiterado de las rondas de negociación de Doha en el marco de la OMC.
El fin de la era de los macrotratados comerciales (también recogida en el programa de Hillary Clinton) es el reconocimiento de un fracaso en esta estrategia de libre comercio y coloca como prioritaria la "vía china" basada en tejer relaciones de confianza país a país mediante tratados bilaterales, de modo que hoy ya está en marcha la que será la mayor red de interconexiones económicas y sociales entre países, denominada la "Nueva Ruta de la Seda".