
Aún conservo una camiseta de Madrid 2012. Me la regalaron en su momento y, a ver, no es que la exhibiese con orgullo pero para ir al gimnasio o salir a correr ya me hacía el servicio. Además tampoco era tan fea: roja con las letras blancas y la llama vertical diseñada por Mariscal en el centro. De alguna manera representaba la ilusión de una ciudad por albergar el acontecimiento más importante de la civilización moderna. Estábamos en 2003 y España tenía un montón de ilusión. También tenía un montón de dinero derivado de la incipiente burbuja inmobiliaria que nos hacía creernos capaces de todo.
Luego llegó la ceremonia de 2005 en Singapur y nos mandaron la ilusión a tomar por el saco. Pero yo decidí que seguiría usando la camiseta, no por cabezonería sino por mi gusto por la ciencia ficción. Cuando me la ponía me parecía vivir en una realidad paralela donde las cosas eran distintas. Una donde Kurt Cobain sigue vivo y Nirvana va ya por su décimo disco, donde el Rayo se mantiene en primera división y donde yo he podido ver una final olímpica de baloncesto en mi ciudad.
Han pasado trece años desde que el COE presentó la candidatura y once desde que el COI la tumbase pero en Madrid aún quedan restos de ese universo alternativo que, poco a poco, parece irse fusionando con la realidad. La Caja Mágica tiene un uso intermitente pero más o menos consolidado; tras años de semiabandono, la Peineta va a ser el nuevo estadio del Atlético de Madrid; y hasta las instalaciones a medio construir del Centro Acuático han sido ofrecidas a la entidad rojiblanca como sede social, oficinas administrativas y clínica deportiva para sus jugadores.
Sin embargo, no muy lejos de allí, hay un lugar que todavía pertenece al mundo paralelo: las instalaciones de piragüismo en aguas bravas en el Parque de la Gavia.
Imagen: Pedro Torrijos
En ese mismo 2003 en el que el COE presentó la candidatura para Madrid 2012, el entonces alcalde Alberto Ruiz Gallardón presentó un ambicioso proyecto para uno de los barrios nacientes de la capital. Se trataba del Parque de la Gavia, que serviría de pulmón verde al Ensanche de Vallecas, en ese momento un secarral con decenas de edificios en construcción. Para diseñar la infraestructura se contrató al arquitecto japonés Toyo Ito, una de las figuras mundiales de la profesión (y la segunda vez que aparece en esta serie de artículos, se ve que el tipo tiene la negra con España).
Nunca me han dolido prendas en señalar a la arquitectura y a los arquitectos como culpables de ciertos desastres estéticos y urbanísticos. Lo hice con la Cidade da Cultura de Santiago y con todos los ejemplos de la serie sobre los edificios más feos de España. De hecho, considero que la caracola que el mismo Ito colocó en Torrevieja no es ni de lejos la mejor solución que podía haberse planteado allí. Pero este no es el caso de la Gavia. Porque la propuesta es (o era) tan ambiciosa como magnífica.
Todo el proyecto giraba en torno al concepto del agua. En una superficie superior a 39 hectáreas pensadas, en palabras del propio proyecto: "[...]para contener áreas temáticas con diferentes tipos de árboles, además una especial relación con el agua, generando un circuito hidráulico con la capacidad de autodepurar las aguas pluviales y permitir el riego de la vegetación existente, generando un sistema natural a través de humedales y arroyos, denominados "árboles de agua".
En efecto, el proyecto contemplaba hasta dos mil árboles entre tilos, pinos, encinas y cerezos; todos ellos regados mediante un sistema que aprovecharía tanto el agua de lluvia como las aguas recicladas de la cercana planta de tratamiento de la EDAR La China. El parque sería autosostenible y representaría "un factor de reequilibrio medioambental del Ensanche".
Además, el recinto verde albergaría el canal artificial para el desarrollo de las competiciones de piragüismo en aguas bravas de los futuros Juegos Olímpicos, aprovechando el terreno ondulado para colocar los graderíos y las zonas de esparcimiento asociadas.
Imagen: © Toyo Ito & Associates
Las obras comenzaron pero luego pasó lo que pasó. No hubo Juegos Olímpicos en Madrid el año 2012, tampoco los hubo en 2016 y tampoco los habrá en 2020. Y lo que es peor, cuando llegó 2008, llegó también la crisis económica y se cortó el flujo de dinero y también el del agua. Aunque las instalaciones siguieron formando parte de las sucesivas propuestas olímpicas, solo llegó a construirse una pequeña parte del proyecto inicial. Ni siquiera se llegó a acometer el canal para piragüismo.
A fecha de hoy, el supuesto pulmón verde del este de Madrid es un secarral semiabandonado y semidesierto donde apenas se ven los esbozos iniciales del dibujo de Toyo Ito, un par de enormes aparcamientos vacíos, unos cuantos bancos, cauces secos y arquetas abandonadas. También se ven algunos jóvenes haciendo running y varias parejas de perdices (en serio) despistadas. Al menos no son urogallos.
Es más, el Parque de la Gavia estuvo cerrado al público hasta 2013, momento en que los vecinos decidieron saltar la frágil valla que lo delimitaba, siquiera para intentar disfrutarlo a medias. Esta decisión civil obligó a las autoridades municipales a abrir efectivamente las puertas del parque y a intentar adecentarlo un poco. De hecho, el nuevo consistorio afirma tener destinados 1,5 millones de euros "para acondicionar lo ya ejecutado: mobiliario urbano, farolas o reparar caminos".
Esperando a que las laderas y los trayectos sean un poco más amables, siempre podemos ponernos nuestra camiseta de Madrid 2012 y cambiar de universo. Si entornamos los ojos podemos imaginar esa realidad paralela donde las delicadas ondulaciones y los caminos sinuosos están flanqueados de vegetación fresca, los cauces están rebosantes y los árboles arrojan sombra y no necesitan del débil riego por goteo que les alimenta actualmente.
Cuando los abrimos descubrimos que en el Parque de la Gavia no hay ni rastro de aguas. Ni bravas ni de las otras.