
Un titular tan lírico hace adivinar una historia de amores infortunados. Veamos: chica conoce a chico, chico pasa un poco de la chica pero la chica se empeña y se empeña, así que su familia promete una generosa dote al chico. El chico acepta un poco a regañadientes. La pareja tiene un hijo que crece sano y fuerte hasta que se descubre que la fortuna de la familia de la chica no era precisamente sólida. Todos abandonan al hijo que, finalmente, muere de inanición.
Ahora sustituyan a la chica por Torrevieja, al chico por el prestigioso arquitecto japonés Toyo Ito, a la familia de la chica por el dinero de la burbuja inmobiliaria, y al hijo de ambos por el flamante Parque de Relajación que debería abrir sus puertas allá por 2008 convertido en el spa más grande del país y nuevo faro turístico de la Vega Baja del Segura.
Con estos mimbres, el relato trágico está servido y, de hecho, ya se ha contado en varias ocasiones que paso a resumir. En el año 2000, el Ayuntamiento de Torrevieja quiere revitalizar el atractivo de su municipio, intentando alejarlo en cierta medida del turismo playero de baja calidad. A tal fin, plantean la construcción de un complejo que sirva para concentrar y canalizar una actividad realizada con relativa frecuencia tanto por viajeros como por lugareños: tomar baños de lodo en las lagunas saladas que salpican el término municipal.
Foto: Rubén Bodewig (CC)
Así que encargan a Toyo Ito el diseño del centro al que bautizan como Parque de Relajación. En el año 2000, Ito pasa por ser uno de los arquitectos más innovadores y sensibles del panorama internacional, por lo que parece que la apuesta es tan sólida como ambiciosa. Y desde luego que era ambiciosa: un gran balneario compuesto por tres edificios bordeado por dunas artificiales de ocho y diez metros de altura, además de la previsión urbanística de construir hoteles y servicios de ocio ligados al centro.
Pero para el año 2006 solo se había levantado uno de los edificios, prácticamente terminado, pues en diciembre de 2004, la Dirección General de Costas ordenó la paralización de las obras porque el proyecto invadía el dominio público marítimo-terrestre y la zona de servidumbre de tránsito del parque natural de las lagunas de Torrevieja y la Mata. Luego llego la bomba termonuclear a la que llamamos "crisis económica" y aparecieron necesidades municipales más acuciantes que terminar el balneario, que fue así abandonado a su suerte en medio del llano desértico junto a la Laguna Rosa.
Durante estos últimos años, las ruinas inacabadas del edificio de Ito fueron ocupadas por personas sin hogar y se convirtieron en poco más que un basurero descuidado. Este deterioro, unido al desamparo gubernamental, sirvieron de combustible al incendio que destruyó parte de la obra en marzo de 2012.
Y así es como aparece el Parque de Relajación en la actualidad: una caracola negra medio quemada apoyada en un parapeto de hormigón junto a un cartel anunciador desgastado por los años de exposición a la intemperie. Los vecinos le llaman "el mojón" por su renegrida similitud con un excremento humano y, de hecho, si buscan el edificio en Google Maps, verán que aparece con la denominación de "Mondongo".
En este punto cabría hacer un par de matizaciones al relato. Por un lado, en el año 2000, la burbuja inmobiliaria estaba prácticamente en pañales, por lo que el desastre tiene menos que ver con ella que con la mala gestión y el tradicional desapego de nuestros ayuntamientos respecto a las leyes de costas (véase la reciente resolución del caso del hotel Algarrobico en Almería). Y por otro lado, también sería bueno aclarar que, al contrario de lo que suele suceder en estos casos, el presupuesto de licitación, de 1.5 millones de euros, no era especialmente exagerado para un complejo de estas características.
Con todo, hay una parte del caso en la que no nos hemos detenido aún: en la propia arquitectura que Toyo Ito propuso para el Parque de Relajación. Hay quien opina que el diseño helicoidal de Ito formalizaba uno de los ejemplos más interesantes de la arquitectura del siglo XXI; pero no son pocas las voces que afirman que el arquitecto japonés apenas pasó por Torrevieja y que aprovechó la circunstancia para, en un ataque de estrellitis, plantar ahí su artefacto sin el mínimo respeto por la realidad circundante.
Yo creo que ambas opiniones son ciertas, al menos en parte, y que la caracola de Toyo Ito es imagen paradigmática del significado que puede alcanzar el paisaje como agente político.
Foto: Rubén Bodewig (CC)
Y me explico. En palabras extraídas del propio proyecto: "[...] un nuevo paisaje natural aparece como mediador entre la soledad de un paraje y su uso propuesto. La actuación, con la mediación de la naturaleza, se propone como Parque en el que realizar determinadas actividades, que tengan que ver con la relajación y el paisaje. [...]La arquitectura busca el hacer desaparecer los límites entre lo natural y lo artificial referenciando las formas y las ideas de proyecto a huellas de la naturaleza y del tiempo, como son el viento y las dunas".
Más allá de los recursos lingüísticos para vender el proyecto, la propuesta hace referencias constantes al paisaje. Y sin embargo, el diseño es conscientemente cerrado al exterior. Es una espiral, una forma autárquica desde su propia concepción, que se separa de todo lo que la rodea.
Es una respuesta profundamente política (aunque en realidad, cualquier actividad es política). Piensen que a mediados de los 90, Ito había tomado por asalto las publicaciones de arquitectura con su proyecto para la Mediateca de Sendai; un edificio acristalado que revelaba al exterior todo lo que sucedía dentro, no solo las actividades, sino también la propia estructura arbórea que los sostenía o el sistema de patios y comunicaciones verticales que lo articulaban.
Sin embargo, en Torrevieja decidió responder al paisaje aislándose de él, generando así un oasis interior. Se diría que el Parque de la Relajación negaba la visión semidesértica de su frente, y aún más las urbanizaciones de chalets de escaso valor arquitectónico que se amontonan a su espalda. Quizá tenía razón.
Foto: Rubén Bodewig (CC)
Puede que también tenga razón la arquitecta Nathalie Gidrón, del estudio alicantino Barbarela, cuando dijo "[...]era obvio que no podía seguir siendo aquel ambicioso proyecto del año 2000,[...] Pero, ¿por qué no podría reciclarse y convertirse en algo más modesto? ¿Todavía nadie se da cuenta que las palabras reciclaje y reutilización no son términos pasajeros de moda sino que son deberes obligados como nuevas políticas de gestión?[...] la preciosa caracola de Toyo Ito podría haber sido algo siempre y cuando hubiera habido ganas de salvarlo".
Si, a lo mejor podría hacerse un ejercicio de reciclaje con las ruinas de la caracola, reformarlo y transformarlo en un edificio que ocupase una función real y sirviese de atractivo, aunque sea exclusivamente arquitectónico. Pero quizá sea mejor dejarlo allí tal y como está. Porque no hay agente político más decisivo que una caracola negra de cincuenta metros, muerta en el paisaje de un municipio de la costa española.